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Soplan vientos de malestar

14 de Septiembre del 2011 - Isabel Fernández Benrnaldo de Quirós (Madrid)

Parece que fue ayer, y realmente así lo fue. De la confortable prosperidad hemos pasado en muy poco tiempo a una inquietante apariencia del todo va bien, y tras ello, a una desconcertante realidad que lo niega.

Se nos culpa de habernos pasado de rosca, de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, y se intenta que nos sintamos culpables de haber caído en la trampa urdida por los expertos arácnidos tejedores de las entretelas del bienestar y del consumismo.

Soplan vientos de malestar, de agitación y de rebeldía que se acrecientan según van pasando las estaciones. Aprovechando la canícula, se han tomado precipitadas y obligadas medidas de urgencia aconsejadas por los más poderosos mandatarios políticos y expertos en catástrofes económicas, y que intervienen en los ahogamientos provocados por las turbulencias de la crisis.

El Banco Central Europeo, que no veraneó en Agosto, y como fiador de España en los mercados de deuda consideró necesario, de nuevo, pegarle un tirón de orejas a nuestro gobierno.

No hay tiempo que perder, dicen. Y aunque la legislatura toca a su fin urge el consenso para la reforma constitucional que fija la estabilidad presupuestaria en la Carta Magna.

No sólo el tiempo se les ha echado encima, sino también muchos de los barones del PSOE a los que Rubalcaba tuvo que recordarles los mandamientos de la obediencia al partido-, sino los representantes en el Congreso de los grupos minoritarios y nacionalistas que se explayaron con todas sus armas oratorias: razonables unas, demagógicas otras, catastróficas y conminatorias, unas y otras.

¿Cómo es posible que nos haya sucedido esto? Se preguntan. Cerrando los ojos a la realidad y los oídos a la palabra. Quizás.

Agosto ha vuelto, una vez más, a sorprendernos con más de 50.000 parados.

El otoño, por tanto, se está preparando para depararnos tormentas y fuertes vendavales, que ni siquiera los paraguas de contención pueden ponernos a resguardo de sus previstas actuaciones. El otoño arreciará además con campañas electorales que incrementarán gastos y dejarán vacíos los espacios de gobernabilidad del país.

Será después cuando el invierno nos salude con sus heladas perspectivas y sus caídas en bolsa, con sus economías tiritando, con sus frías nieblas persistentes de parados, con sus lluvias de negocios cerrados, y con sus nevadas inmovilizadoras de un dinero incapacitado para circular. Muchos intentarán levantarse mediante vuelos rasantes, pero demasiados no llegarán a alcanzar la altura necesaria para mantenerse y remontar y se estrellarán en el vacío de los impagos y despidos.

Las previsiones a corto y largo plazo, su realidad desnuda, socavan nuestra energía y nos hacen temblar y estremecer. Aún más.

Indolente desidia ¿A dónde nos has conducido?

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