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Rubén Darío, periodista

29 de Marzo del 2009 - Heradio González Cano

El pasado mes de febrero 17, invitado por el prestigioso Ateneo Jovellanos de Gijón, dimos una conferencia esbozando resumidamente interesantes paisajes de la vida y poliédrica obra del poeta nicaragüense, empezando por sus vivencias, como es de conocimientos, en Muros de Nalón, Soto del Barco, Riberas, Pravia, Avilés y Gijón (años 1905, 1908, 1909), quien en los veranos felizmente lo solía pasar.

Subtítulo: El poeta nicaragüense nunca vivió de la poesía que tan famoso lo hiciera

Destacado: Anduvo errante por tres continentes, las tres Américas, Europa y África, como si fuera una aventura, pero de sabia observación y narración

Entre otras cosas, difícil de brevemente exponer, documentadamente dijimos que la magna obra del autor de «Cantos de vida y esperanza», comenzando con «Azul» y otros libros, al iniciarse el siglo XXI todavía no tenía una escritura ni biografía total, a pesar de tantos estudiosos que tras la muerte del panida, además de lamentar su inesperado fallecimiento el 6 de febrero de 1916, tenía sólo 49 años, no han logrado biografiar. Rubén Darío nunca vivió de la poesía que tan famoso lo hiciera, hasta su muerte fue su pan de vida el periodismo, labor que mucho apreciara y por ello en tres continentes anduvo errante, las tres Américas, Europa y África, como si fuera una aventura, pero de sabia observación y narración. Y por eso su obra en prosa es superiormente más abundosa que su poesía en cuestión.

Bien. Ahora, actualmente, en que muchos intereses, como siempre, del periodismo, sobre todo en lo económico, en que el mundo se halla globalizado, donde se invoca el nombre de la democracia universal y donde tantos que viven de la periodística profesión escriben acertada o desacertadamente opiniones que algunas veces causan conformidad o disconformidad, según lo que escriban, y muchas, más bien, alarmas sociales de carácter regional, nacional como internacional; ahora que vivimos una «banca rota» que conmociona a todos en general, cuando es público y notorio que sin importar el buen nombre y honra de alguien se saca a la luz su buena o mala conducta, aunque después haya rectificación, ídem, creemos que vale la pena escuchar, leer los mensajes de un singular periodista que dejara a los principales rotativos de la época que le tocó vivir, nada menos que hace 119 años, y que, no dudarlo, son de plena actualidad... «La misión del periodista» o «La misión de la prensa», aparecidos en el diario de «La Unión» salvadoreño (18 de febrero de 1890), del que era su eventual director.

«La misión de la prensa. La pluma es arma hermosa. El escritor debe ser brillante soldado del derecho, el defensor y paladín de la justicia... Por eso los que rebajan pensamientos y palabras en ataques desleales e injustos; los que convierten la imprenta, difundidora de luz, en máquina exaltadora de ruines pasiones; los que hacen de ese apóstol: el periodista, un delincuente, un pasquinero; los que en vez de ir llevando una antorcha entre el pueblo le corrompen, le ocultan la verdad y le incitan a la discordia; esos rebajan la noble misión del escritor; truecan el soldado en bandolero»... Y es que, como escribió mi inolvidable amigo, el mundial «dariista», doctor José Jirón Terán (fallecido a los 88 años de un 29 de marzo de 2004 en León, la misma ciudad colonial de infancia y juventud de Rubén): «Rubén Darío tuvo dos motivaciones, por no decir pasiones, el periodista, como ser pensante, como alma, y el periódico, como cuerpo o vehículo de esa alma». Y sigue apuntando el hijo de Metapa-Matagalpa, desde El Salvador de Gavidia, también periodista y poeta que lo iniciara en el conocimiento de la sonata de los «alejandrinos»; del periodista y de su mérito literario: «... Hoy y siempre, un periodista y un escritor se han de confundir. La mayor parte de los fragmentarios son periodistas. ¡Y tantos otros! Séneca es un periodista. Montaigne y Maistre son periodistas en un amplio sentido de la palabra. Todos los observadores y comentadores de la vida han sido periodistas»... Y sigue comentando el glorioso articulista y ensayista: «Ahora, si os referís simplemente a la parte mecánica del oficio moderno, quedaríamos en que tan sólo merecían el nombre de periodistas los reporteros comerciales –los de los sucesos diarios–; y hasta pueden ser muy bien escritores que hagan sobre un asunto árido una página interesante, con su gracia y estilo y su buen por qué de filosofía»... De lo que «pasa» y no se perpetúa... «Hay editoriales políticos escritos por hombres de reflexión y de vuelo, que son verdaderos capítulos de libros fundamentales, y eso pasa. Hay crónicas, descripciones de fiestas o ceremoniales escritos por reporteros que son artistas, y las cuales, aisladamente, tendrían cabida en obras antológicas, y eso pasa. El periodista que escribe con amor lo que escribe no es sino un escritor como otro cualquiera. Solamente merece la indiferencia y el olvido aquel que –escribe– palabras sin lastre o ideas sin sangre». Y en cuanto al periódico, cuando todavía no tenía los lujos que ahora tiene, que incluso casi ya no se usa la pluma, la han sustituido unas teclas y la «diosa», insospechada electrónica, ordenadores, etcétera, del siglo XIX al XXI; comunicaciones, sea cual sea la distancia, en un segundo nos dejan boquiabiertos; el arte y la ciencia, en general, en pocos años han consumido desde lo rupestre, cavernario, muchas lunas.

Y sigue iluminándonos el vate. «El periódico. Su aspecto es generalmente humilde y su vida efímeras; pero, en cambio, cuando consideramos la trascendencia de su obra, su misión grandiosa como vehículo del pensamiento, no podemos menos que bendecirle y recordar con inmensa gratitud y cariño el nombre de Gutenberg, que lo ha convertido en águila y legión con su portentoso descubrimiento»... Sólo le faltó decir, en el «Cuarto Poder», incuestionablemente... algo de eso que relacionamos frente al poético mar de Gijón, a cuyo puerto, hace cien años (1909), vaticinara el desarrollo comercial y empresarial que ahora tiene; algo de eso manifestamos en el Ateneo, que lleva el glorioso apelativo Jovellanos, de don Gaspar Melchor, fallecido inesperadamente hace casi doscientos años de una pulmonía en Puerto de Vega, una de las cabezas más lúcidas y fecundas nacidas en la cabecera de las Asturias, donde nacen las Españas, y cuya cuna románica Gigia, su fervoroso admirador, emocionado visitara... ¡Rubén de Nicaragua!

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