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Trabajo saludable y trabajo patógeno

26 de Septiembre del 2011 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Están ya lejanas aquellas épocas en que trabajar se consideraba un castigo, pues al fin y al cabo la etimología de la palabra trabajo nos lleva a encontrar en castellano –a partir del siglo XIV– los términos laborar, obrar, derivados del latín vulgar «tripaliare», que significaba torturar, pues provenía del tripalium, un instrumento de suplicio similar a un cepo. Y todavía quedan restos de esta realidad en latitudes y sociedades del castigado Tercer Mundo o en ambientes marginales de países desarrollados. Pero, por fortuna para la mayor parte de los miembros de nuestra sociedad desarrollada, la labor profesional, la ocupación responsable y remunerada, es un deseo y un derecho que todos deseamos y buscamos.

El trabajo es una fuente de desarrollo personal y social, facilita la madurez psicológica y emocional, obtiene beneficios materiales necesarios para mantenerse y adquirir propiedades, es cauce de relaciones interpersonales, de servicio a los demás e incluso, si se quiere ver así con perspectiva trascendente, es la co-laboración del hombre con Dios en la co-creación material y espiritual del mundo. Es, pues, un caudal enriquecedor y satisfactorio que lógicamente anhelamos y deseamos para nosotros y para los demás.

Precisamente por todo eso, su ausencia o el temor de perderlo, es ya la causa del primer desasosiego que amenaza la existencia. Por otro lado, una excesiva devoción a trabajar, derivada casi siempre de trastornos obsesivos, de personalidades ansiosas, es también motivo de problemas de salud psíquica y física a través de mecanismos complejos que forman parte de lo que se denomina estrés, término que el Diccionario de la Real Academia define como «situación de un individuo vivo, o de alguno de sus órganos o aparatos, que por exigir de ellos un rendimiento muy superior al normal, los pone en riesgo próximo de enfermar».

La obsesión por el trabajo, algunas veces presente por puro exceso de ambición y otras por las razones psicológicas y del propio carácter a que nos referíamos en un párrafo anterior, es en sí mismo un trastorno psicopatológico pues, con palabras de Medard Boss, un clásico de la psiquiatría: «La angustia del pánico y el sentido de culpabilidad más profundos son consecuencia de un vago darse cuenta de que uno se ha precipitado en un abismo sin fondo. Por eso el aburrimiento que corroe la existencia de los neuróticos contemporáneos se refugia a menudo en el estruendo ensordecedor de una actividad paroxística sin tregua...». Este exceso patológico y habitual de productividad también incide en las personas del entorno, con alteraciones psíquicas reactivas del grupo familiar o profesional.

Otras veces son las propias malas condiciones de trabajo las que condicionan una patología determinada: el abuso de superiores o compañeros, los turnos mal estructurados, la angustia que crea la inseguridad en el ambiente de trabajo, la exigencia de productividad excesiva, ... un sinfín de factores materiales o psicológicos que pueden ser una espina irritativa constante para la persona, más o menos vulnerable.

Además, como una patología relativamente nueva y emergente, se viene observando cada vez más la incidencia del llamado síndrome de estar quemado y el de acoso institucional. Se trata de variedades de lo que se entiende por trastorno ansioso-depresivo, con síntomas de cansancio, desánimo, insomnio, dolores inespecíficos, irritabilidad, angustia, tristeza, etcétera, causados, en el primer caso por el desamparo de un trabajador responsable entre la presión de lo que tiene que ofrecer con su servicio y el desdén de sus instancias superiores para proveerlo de los medios y ánimos necesarios, en el caso del síndrome de burn-out o estar quemado. Por otro lado, el síndrome de acoso institucional, es como indica su nombre, la persecución insidiosa a que algunas personas se ven sometidas por compañeros, por razones de envidias, revanchas, celos o políticas de organigrama laboral inhumano.

Para finalizar, apunto que es muy frecuente el sentimiento de felicidad en las personas que desarrollen un quehacer noble y lleno de sentido. La nobleza de ese trabajo vendrá determinada siempre que su finalidad no sea sólo un objetivo personal y material, y en que el que lo realice sea capaz de abrirse a los demás en un servicio profesionalizado y competente.

Ángel García Prieto, Oviedo

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