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La Vieya y la concejala

23 de Marzo del 2009 - Magdalena Mizgalska (Oviedo)

No soy de Avilés ni tengo costumbre de pasarme por allí en Carnaval, pero aun así me ha sentado muy mal la decisión de la concejala de Cultura, Ana Hevia, de suprimir este año la quema de la Vieya. Dice que lo ha hecho porque no tiene sentido clausurar las fiestas con dos quemas, la de la Vieya y la de la Sardina. Izquierda Unida aplaude con el argumento de que la tradición suprimida poco menos que celebraba la violencia contra las mujeres.

Señora Hevia, la Sarina y la Vieya representan por igual el fin del Antroxu. Las tradiciones vienen y van, se mezclan y se superponen entre ellas, y no son menos navideños los Reyes Magos que Papá Noel. Eso sí, unas tradiciones son más antiguas y más interesantes que otras. Verá usted por qué ésta, en particular, me parece tan atractiva.

Antiguamente estaban mucho más extendidos por Asturias los ritos que vinculan las mascaradas de invierno con una anciana mítica. En las villas se quemaba por Carnaval una vieja de siete piernas, representando las siete semanas de la Cuaresma. En los pueblos de montaña, la cuadrilla de los «zamarrones», aquellos misteriosos jóvenes que marchaban cubiertos de pieles y cencerros, la encabezaban tres mozos disfrazados de viejas, una de las cuales era la «cardadora», cuyos copos de lana representan sin duda las nieves invernales. En Omaña, León, se quemaba un monigote como el de Avilés, y la tradición mandaba identificarlo con una anciana verdadera, la de más edad en el pueblo, con quien se representaba un sacrificio humano fingido (todo broma, que nadie se angustie). En Alemania, a la vieja la quemaban al final de los doce días de Navidad: la llamaban Frau Holle, que es el nombre de la mítica anciana hilandera que aparece en los cuentos de los Grimm y que presidía las asambleas de la secta brujeril en la Edad Media. Los pueblos gaélicos llamaban Cailleach a la vieja del invierno: creían que en vísperas del 1 de mayo arrojaba bajo un acebo la vara mágica con la que había estado cubriendo de nieve la Tierra; a continuación, se convertía en piedra.

Hablamos, pues, de una diosa del invierno, una verdadera personificación de la naturaleza que proviene de un sustrato cultural común a toda Europa y, por tanto, remotísimo, sin duda prehistórico. La pintaban vieja, fea y cruel porque el invierno es tiempo de frío, hambre, escasez e infertilidad. A la inversa, la xana es joven y hermosa porque representa la fertilidad de la Tierra en la mejor estación del año.

Lea usted «El Carnaval» de Julio Caro Baroja. Lea «Lengua y cultura», de Gerhard Rohlfs. Lea «La creación del mundo y otros mitos asturianos» de Cristobo de Milio Carrín, el libro que me hizo enamorarme de este país suyo. Léalos y, por favor, medite.

No están los tiempos para andar despilfarrando las últimas migajas culturales que nos han llegado de nuestro pasado remoto. Sería una pena que después de sobrevivir al terremoto de la romanización y la cristianización, después de resistir la Revolución Industrial y la obsesión por «progresar» arrasando la naturaleza y la tradición oral, sería una pena que fuese a morir la pobre Vieya invernal precisamente en este siglo XXI, tan respetuoso de la diversidad y tan celoso por preservar la cultura.

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