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Instaurar la verdad y el sentido común

6 de Septiembre del 2011 - José Antonio Coppen Fernández (xxxx)

Antes de nada ha llegado la hora de ser verídicos para con nosotros mismos, aunque la verdad pocas veces resulta oportuno exteriorizarla. Sobre la verdad se podrá cimentar el futuro, porque su virtud ha sido subrepticiamente horadada por el eufemismo de la mentira, convertida para muchos en arte.

El hecho de faltar a la verdad pone en entredicho el sentido común en el comportamiento. Sólo donde se valora el sentido común hay democracia profunda, porque es virtud que está al alcance de cualquier profesión menos cultivada. Y, por supuesto, debiera ser requisito indispensable para incorporarse al noble ejercicio de la política. La Constitución sólo tendrá sentido si opera sobre un trasfondo de sentido común, pues de lo contrario, será vulnerable a las críticas racionalistas. No hace falta disponer de un gran cerebro, el sentido común es sencillamente saber lo que está bien y mal. No es una sabiduría innata, sino una actitud prudencial que se puede adquirir por la pertenencia a la comunidad, a un grupo social. Es decir, los principios de sentido común son adquiridos por la vivencia en sociedad.

Las palabras de Sócrates valen por una fundamentación de la democracia sobre la base del sentido común y de la específica índole de la actividad política. Cuando en la asamblea de la ciudad los atenienses tenían que tomar una decisión sobre algún asunto de construcción, llaman a los constructores para que den su consejo sobre los edificios, y cuando se trata de fabricación de nave llaman a los constructores navales. Y así, señalaba Sócrates, en todos los casos en que tratan un tema que ellos piensan que puede ser aprendido y enseñado. Pero si intenta dar consejos algún otro a quien no consideran experto no le aceptarán ninguno, no importando cuan apuesto, rico o bien nacido sea, sino que se burlarán de él y lo abuchearán hasta que o bien el orador frustrado sea acallado o ceda por su propio acuerdo o bien los arqueros lo retiren o expulsen por orden de los prítanos.

Si son tres los poderes de un Estado: ejecutivo, legislativo y judicial; tres son los pilares de una democracia; la alternancia, la transparencia y la participación ciudadana. Hay que huir de los personalismos, de los grupúsculos convertidos en sectas, de los intereses de partidos políticos, erradicar a los caciques de nuevo cuño, y también hay que erradicar de nuestra marca regional la grandonería. Para comprobar esta etiqueta, nada más hay que visitar algunas de las localidades del principal triángulo del centro de Asturias. En resumen, por encima de todos ellos está Asturias, o sea, una comunidad de 1.080.000 habitantes.

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