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En Teverga caen ya las hojas del otoño

5 de Septiembre del 2011 - Celso Peyroux (Teverga)

Son días de dolor en el valle de Carzana. En tres-días-tres se me fueron de las manos otras tantas gentes queridas, anunciando con su viaje que el otoño acaba de comenzar por estas tierras. Es cierto, no sé por qué, pero las hojas han comenzado a caer antes que nunca y también los vencejos fueron las primeras aves en marcharse. Tres almas amigas: Paco, el de Campos, cuyo corazón de bondad se quedó por el camino «arreando» el ganado hacia la braña de La Veicietsa. Buen amigo, me he quedado sin tu joven sonrisa.

César, el de Carmina, nobleza somedana, con quien departí tantas veces para llenar las páginas de mis libros. Y una noche, terminada la entrevista va, y sin más, me hace un regalo: «Toma, ista xunca ye pa ti» y me entrega un yunque para el “cabruño” de la guadaña que guardo en mi pequeño museo como algo preciado.

Y Piedad, la de Juan o Juan, el de Piedad. Fueron uno solo durante muchos años hasta que al hombre bueno, con un ruiseñor en la garganta, se despedía de ella cantando la soberana cortinal arriba camino del cielo como cuando iba a picar carbón a la «Primera» de Santianes. Por Santa Marta, aún se oían los trinos del cantor y a Piedad se la veía diciéndole adiós desde el corredor de la humilde morada.

Y una cuarta hoja se me fue también en estos días sin previo aviso: Richi (Ricardo Collado Junior) «con quien tanto quería» como decía Miguel Hernández a Ramón Sitjé en su despedida. No supe de tu muerte hasta que se me echó encima. Taimada, silenciosa al igual que baja la neblina de Sobia y no te enteras. El domingo supe de tu ida hacia el más allá. Nunca creí que aquel saludo vespertino en una calle de Oviedo iba a ser la última vez que veía tu sonrisa y apreciar el profundo cariño que nos teníamos y que te sigo teniendo. Me duele perderte, amigo del alma, por todo cuanto fuiste, pero más aun por una muerte temprana y sin anuncio alguno. Los cincuenta años es la época dorada del hombre y yo quería seguir disfrutando de todo cuanto nos hemos dado. El balón como nexo, La Pumariega como escenario, el cariño mutuo como un velo que envolvía el regalo de tu amistad. Nuestros encuentros no eran saludos. Eran siempre una fiesta de amor y fraternidad. Un álbum de recuerdos.

Sabré donde descansas y una hoja de acebo la depositaré sobre tu tumba. Ya sólo me queda eso de cuanto fuiste y las imágenes vivas de los años que pasamos juntos que quedarán grabadas a fuego lento en la memoria.

Descanso eterno para mis cuatro hojas de un otoño precoz que se me antoja triste y solitario.

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