Las grietas de la caja
Conforme esta sociedad avanza a un ritmo rápido, así mismo emergen programas de televisión que se adaptan como un guante a la mano, aunque ésta tenga siempre disponible el mando a distancia.
El programa al que me refiero es La Caja que emite Telecinco la noche de los martes. En él se presenta a tres personas con problemas psicológicos que acuden al mismo para resolverlos; uno por uno se introducen en una habitación o Caja, donde exponen su problemática ante la cámara, sentados cómodamente en un sillón de relax y escuchando una voz en off femenina pero bastante paternalista que les va realizando preguntas a modo de entrevista psicológica; en las paredes de la caja se proyectan imágenes sobre la problemática del «paciente». Los diferentes trastornos psicológicos son variados: desde una madre que tiene a un hijo pequeño con leucemia, una persona, una persona con miedo a las tormentas o alguien que trata a los animales como personas. Todo esto confiere al programa cierto aire que pretende ser serio, como serios son –por supuesto– los trastornos que tienen los participantes del programa en cuestión.
Pero para mí, como psicólogo clínico en activo, el programa cumple con bastante fidelidad, aunque con matices, todos y cada uno de los tres puntos que el sociólogo Albert O. Hirschman –uno de los más críticos con la televisión– señala que todo reality show debe tener: la futilidad, la perversidad y el riesgo. Es fútil por ocioso y redundante, pues constituye una pérdida de tiempo, aunque no para quienes participan ni para quien está en lista de espera, que me temo sean muchos, y máxime aireando los asuntos privados y haciéndolos públicos.
Es perverso porque no sólo embrutece al telespectador, sino que éste demanda más y se le dará, pues es persona que como buitre necesita su ración de miseria y a poder ser diaria. Pero además, aquí se fomenta la posibilidad de asistir a contemplar los problemas ajenos, pues así veré los míos en relación con los del participante como de menor importancia.
Y por último, es peligroso porque el reality show destruye las reservas de capital humano acumuladas con la universalización de la enseñanza dicen Hirschman. Ahora bien, según está la enseñanza en la actualidad es muy dudoso que ese capital humano se desperdicie, sería pensar como en aquellas personas que tenían unos millones de pesetas en casa y un día pro una fuga de agua se perdieron o más bien salvaron muy poco. El auténtico capital humano está regido pro unos valores diametralmente opuestos a los mostrados en este programa.
Pero todavía cabe señalar más en este pequeño análisis. La profesión de psicólogo clínico, que cada vez está cobrando una mayor presencia y peso en la sociedad actual, se caracteriza por una relación cara a cara con la persona que presenta un problema psicológico, donde en un contexto de consulta se realiza el trabajo y se establece la relación terapéutica. Además, para eso existe un código deontológico donde se cumple unos requisitos, como el no hacer públicos los problemas ni los datos personales –de ahí la la Ley de Protección de Datos del cliente–. Sin embargo, todo esto es tirado por los aires por el simple hecho de salir en la tele, y como muy bien diría Marshal McLuhan el medio es el mensaje y máxime si es un reality que riza el rizo hasta donde haga falta.
Si bien con la aparición de los psicólogos en los medios de comunicación se ha conseguido conocer más el trabajo de los mismos, también se ha banalizando y se ha pretendido abusar o usar como comodín para todos los poblemas, cuando en realidad hay problemas que no tienen solución,simplemente se trata de aprender a sobrellevarlos de la mejor forma posible.
Desde aquí, sólo pretendo reivindicar la seriedad y el rigor científico necesario para el desempeño de esta profesión así como que se tomen las medidas necesarias para regular el contenido de determinados programas.
Aunque a las autoridades pertinentes estos problemas les interesan más bien poco, deberían saber que tenemos muchas veces la televisión que nos merecemos.
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