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Profesionales al volante

6 de Septiembre del 2011 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

En esta carta se narran unos hechos y, al final, se hace una sugerencia. Hablaré de dos casos. Seguro que los lectores podrán añadir otros muchos.

En la madrugada de un domingo del pasado mes de agosto de 2011 viajé a Madrid desde Oviedo. Lo hice en autobús. Salimos a la 01.30 y llegamos a las 06.30 a una estación de la capital de España. Mi asiento estaba situado en la parte izquierda de la primera fila, justo detrás del conductor. Mi intención era dormir durante el viaje valiéndome de la comodidad de los asientos. ¡Ingenuo de mí! El chófer debe padecer el complejo Fernando Alonso y por eso no dudó en ir a una velocidad excesiva y cometer varias irresponsabilidades que, afortunadamente, no hay que lamentar. No sé si debido al número de horas de trabajo, a las ganas de llegar a casa, o sencillamente a una tendencia suicida, lo cierto es que el autobús iba a tal velocidad que los pasajeros botábamos arriba y abajo. El conductor se introducía en ocasiones en la parte del carril izquierdo, pero lo más acongojante sucedió cuando se dispuso a adelantar a un tráiler en plena curva. Y vaya si lo consiguió. El bus, a todo lo que daba; los pasajeros, casi saltando por los aires; muchos se despertaron bruscamente del sueño, y durante los segundos que duró el adelantamiento y en el que el bus iba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, las caras de alrededor estaban desencajadas, pálidas. Veían un muy probable accidente, quizá la llegada de la Parca. Más de uno se pondría a rezar Este señor es un auténtico irresponsable, y puso en peligro la vida de todo el pasaje.

La vuelta de Madrid a Oviedo la realicé en coche, días después. A las 21.47 vemos un autobús por el carril derecho, pero muy arrimado al lado izquierdo y llegando a invadir el carril de al lado. Nos disponemos a adelantarlo y el bus empieza a invadir el carril izquierdo y nos va cerrando. Hubo que pitar y tomar unos metros a la siniestra para proseguir el adelantamiento y no morir en el intento. El accidente estuvo cerca. Lo adelantamos y nos colocamos en el carril derecho. Íbamos a 105 km/h. El bus se acerca a nosotros y nos da las luces. El bus, en teoría, no puede pasar de 100 km/h. Intenta adelantarnos. No se lo permitimos. Aceleramos hasta 130 y al bus lo vemos por el retrovisor. Sigue estando cerca. No se aleja. El conductor es un temerario. Bajamos algo la velocidad, 125, 120... El bus sigue estando ahí. Miras por el espejo y sigue el bus, acechando. Cual camión de «El diablo sobre ruedas» (1971, Steven Spielberg), nos amenaza. Es un conductor temerario y que carece de una virtud fundamental: la prudencia. Entramos en el túnel de Pando. Lógicamente, hay que extremar las precauciones. Además a la entrada hay niebla. Vamos por el carril derecho. Delante, dos coches, y detrás, el bus. Éste cada vez se acerca más y más. La situación sería desternillante si no fuera porque no se trata de un videojuego sino de personas de carne y hueso que se pueden ver afectadas por la imbecilidad de un conductor. Bueno, pues saliendo del túnel el bus nos adelanta a nosotros (en ese momento íbamos a 66 km/h) y a los dos coches de delante hasta desvanecerse en la niebla. Son las 21.52 h Aumentamos de velocidad al salir del túnel pero hasta diez minutos después, a las 22.02, no lo volvemos a ver. Ahí, definitivamente, decidimos adelantarlo y dejarlo atrás (para ello íbamos a 123 km/h). Acordémonos de la velocidad máxima a la que debiera ir un autobús ...

Sirvan estos dos ejemplos para denunciar la actitud negligente de estos conductores. La modesta sugerencia a los lectores es la siguiente: si tienen apego a su vida, usen un medio de transporte público como pueda ser el tren. Pero si les gustan las emociones fuertes, no lo duden, viajen en autobús. Eso sí, hagan el testamento primero, por si acaso. El que avisa no es traidor.

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