Economía del lenguaje, recorte de igualdad
En unos momentos en los que la palabra «recorte» parece ser la última moda, bastante íbamos a pensar las feministas que los primeros no serían económicos sino simbólicos, y que en el mundo del género y el número se iba a empezar por el primero.
Las palabras son importantes, tremendamente importantes, forman una parte esencial de la construcción mental de la realidad, y por tanto son el vehículo sobre el que viaja la esencia política que supuestamente pretende transformar esa realidad. A mi modo de ver, el uso del lenguaje no sexista es una forma como otra cualquiera de intentar cambiar esa realidad. Por si alguien no se había dado cuenta, el feminismo es política, una filosofía política que apuesta por que se hagan visibles las mujeres, por que se las nombre y, entre otras cosas, por no figurar de forma peyorativa en los sagrados libros de nuestra estimada lengua. Desde luego que ésta no es la única lucha feminista, mucho más profunda y transformadora, pero tampoco es ningún secreto que el feminismo y la gramática española no se llevan bien.
El lenguaje no sexista supone toda una amenaza contra el orden social establecido, y por este motivo provoca en ciertos grupos sociales un profundo temor a que los valores feministas derriben esos principios hegemónicos que tanto los benefician, origina un miedo a que se produzca un cambio social que debilite parte de los privilegios que les otorga el lenguaje y la sociedad.
La utilización voluntaria del lenguaje no sexista es una cuestión de consciencia y de conciencia. Ante las nuevas circulares de la Consejería de Educación, que instan al uso del lenguaje masculino genérico en los centros educativos sólo cabe preguntarnos si se trata de un ejemplo de inconsciencia o de falta de conciencia. Hasta yo puedo entender que ante un Diccionario que define que gobernante es quien gobierna y gobernanta la administradora, como responsable de la política asturiana, apetezca más subirse al carro del masculino genérico. Pero la solución no está en sumarse a lo que más nos favorezca, sino en cambiar lo discriminatorio, y es aquí donde entra en juego la conciencia.
Por otra parte, ¿no es la promoción del masculino genérico un acto de desobediencia civil a los preceptos que se desprenden de la ley de Igualdad? No deja de ser sorprendente que algunas leyes parezcan inamovibles, mientras que otras ya no es que se reformen, es que directamente se incumplen y se llama a su incumplimiento… ¿es ésta la función que debe tener quien nos gobierna?
Bien cierto es que, a estas alturas de la partida, no debemos hacer mucha sangre por los detalles, ni responder en demasía a determinadas «cortinas de humo», sino que más bien debemos velar por que los pasos dados en materia de educación en igualdad no se vean alterados por cambios de rumbo que hagan de las relaciones entre hombres y mujeres menos igualitarias o más violentas, ya que eso está también relacionado con la economía y el lenguaje.
Y antes de que nadie que se dedique a leer estas palabras vea en ellas una arenga partidista, quiero dejar claro que no es más que una explícita protesta desde el feminismo, que, tal como están las cosas, lo mismo da un machismo de derechas que un machismo leninismo. Además, reclamo la atención sobre mi texto, escrito, creo yo, sin masculino genérico pero totalmente ausente de duplicidades, así que creo que aquí no vamos a poder ahorrar. Otra vez será.
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