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Demencia senil, alzhéimer y los protocolos de una muerte indigna

14 de Septiembre del 2011 - M.ª del Mar Díaz González (Oviedo)

Me siento en el deber moral y social de relatar unos hechos terribles que han sucedido a mi padre el viernes día 9 de septiembre y que dicen largo y tendido acerca de la tecnocracia que envuelve ahora el ejercicio médico. Mi padre padecía demencia senil tipo alzhéimer, o eso indican, al menos, los informes médicos, a ello se sumaban numerosas patologías que fueron degradando su vida y su dignidad en los últimos cinco años. Al parecer, una de las fases de esta enfermedad mental induce a la anorexia de los pacientes, es decir, a no querer tomar alimento. Fase que se desencadenó de un tiempo a esta parte hasta que el día 30 de agosto, ante su postración y debilidad, un médico de guardia del 112 decide enviarle a urgencias.

No voy a extenderme en la atrabiliaria organización del servicio de urgencias, aunque también merecería la pena abordarla con cierto detenimiento. En cualquier caso, se decidió su ingreso en una planta del Hospital General, para tratarlo de una infección pulmonar por broncoaspiración de alimentos e hidratarlo por medio del suero fisiológico. A los pocos días, se le intenta alimentar, a lo cual mi padre se niega, por lo que el profesional que lo llevaba nos indica que sólo quedaba la vía de la sonda nasogástrica, aplicando el protocolo habitual para un cuadro clínico como el de un anciano de 88 años, con múltiples patologías y demencia senil. Ejerciendo todo el derecho que asiste a la familia, hemos decidido todos que no se le aplicaría la SNG, dado que hemos considerado esa solución como un ensañamiento terapéutico destinado más bien a cubrirse las espaldas que a procurar confort y calidad de vida a un anciano, que rechazaba alimento y que mostraba ya bastante rechazo a médicos y enfermeras. Yo había solicitado la posibilidad de un traslado al Hospital Monte Naranco, pero este centro sanitario no proporcionó contestación al médico de la planta hospitalaria, que señaló que le daría el alta en cuanto recibieran el informe del servicio de paliativos de La Corredoria, que, comunicaron verbalmente, se iban a hacer cargo en el entorno domiciliario de él y visitarlo una vez a la semana.

Según se me informó el lunes 12 de septiembre, el Servicio de Paliativos de La Corredoria trató de resistirse al evento, aduciendo un exceso de trabajo. En cualquier caso, tras diez días de ingreso, sin apenas ingesta alguna, suspendido el suero fisiológico, suspendido todo tratamiento y sin más alternativa, mi padre fue dado de alta el viernes 9 de septiembre. La supervisora de la planta me llamó el mismo día para recordarme que tenía el alta y le señalé que no se preocupara que iría a recogerlo, junto con mi madre. Me entregaron allí el informe médico que pude leer mientras llegaba la ambulancia para el traslado. Admito que el profesional que lo redactó lo resolvió con tanta asepsia, pulcritud y distancia que le considero dotado para la creación contemporánea conceptual y minimalista, animándole desde luego a seguir los pasos de Marcel Duchamp desde ahora mismo. Si se me permite la ironía: el arte necesita cerebros tan privilegiados para decir tanto sin decir nada.

Mi padre marchó agónico del Hospital General, muriendo a las pocas horas del traslado. Así que este lamentable episodio, bastante frecuente por cierto, me lleva a concluir lo siguiente:

Las prácticas médicas se han deshumanizado, sobre todo en lo que concierne a los enfermos de demencia senil, a los que se rebota de centro en centro sin querer hacerse cargo de ellos, a los que en muchas ocasiones prolongan la vida con indiferencia, prolongando también su agonía en un ensañamiento incalificable y monstruoso. Los ancianos dementes son una consustancial fuente de lucro para las empresas farmacéuticas, las farmacias, los profesionales médicos, los centros gerontológicos, ambulancias, camilleros, etcétera... Los protocolos médicos se han parapetado detrás de unas prácticas médicas de tipo defensivo, lo que convierte a los profesionales en seres endurecidos y en crueles tecnócratas a los que no importa ya más que el rendimiento de los objetivos variables. Esta política médica es terrible y deplorable, lo que me lleva a señalar al decano de la Facultad de Medicina que cuanto más nota de corte, peores profesionales, como salta a la vista.

Durante mis conversaciones con el médico y con la supervisora, ambos han relatado la muerte de su propia madre en casa demenciada y con escaras y sin sonda nasogástrica, mientras que la supervisora de la planta señaló que su padre había muerto como el mío hace cuatro meses. Quiero pensar que su padre debió fallecer demente, pero me resisto a creer que le hayan dado el alta en el Hospital General un viernes a medio día en estado de agonía, con un fin de semana de por medio y los funcionarios médicos en su casa desde las tres de la tarde. El colmo de la ironía se verifica esta mañana cuando algún avispado profesional del servicio de paliativos de La Corredoria llamó a casa de mi madre para preguntarle si el paciente había dormido bien estos días, a lo cual contestó: por supuesto, lleva descansando en paz desde el viernes.

Finalizo esta carta con una petición a los políticos y a los médicos tecnócratas: ¡desencadenen ya un protocolo de muerte digna para los enfermos de demencia senil y de alzhéimer, por favor! Apliquen ustedes en ellos la misma consideración que a los enfermos de cáncer y dejen de mirar hipócritamente para otro lado ante este tema tan doloroso y acuciante, que afecta a un enorme sector de la población. ¡Pido a los dioses, los hados, la madre naturaleza o el astro solar que nos libren de los médicos, enfermeras y hospitales! En este momento, son un verdadero peligro para cualquiera y más cuando se está enfermo y vulnerable.

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