La gratitud
Para bastantes seres humanos, más de los que pudiéramos pensar, la gratitud es una carga y, por ello, tienden a librarse de ella. Con demasiada frecuencia uno tiene esa impresión. Son raras las ocasiones en que aflora esta virtud. No ocultamos que nos produce una sensación muy agradable, quizá por lo infrecuente, cuando encontramos a una persona agradecida. A nuestro parecer, la gratitud no debe expresarse materialmente, sino con los sentimientos. Tan edificante resulta olvidarnos de lo que hemos ofrecido desinteresadamente, como expresar gratitud de aquello recibido a cambio de nada. En este caso, debemos procurar ser originales en la expresión de nuestro agradecimiento.
Al cabo de nuestros días también todos hemos topado con personas cuya vida tiene mucho de desprendimiento, grandeza de alma al fin, pero también es cierto que el mundo está habitado igualmente por seres que buscan denodadamente resarcirse de los favores que hacen. Cuando concedemos algún favor o tenemos alguna atención con alguna persona, amiga o no, debería hacerse con absoluto desprendimiento, es decir, sin pretender reciprocidad o compensación alguna. Ésa y no otra es la verdadera generosidad.
No olvidamos que el egoísmo es una planta de crecimiento rápido y que surge por doquier. Y en bastantes ocasiones brota la soberbia en cuanto escalamos un peldaño en la escalera de la vida por la que se asciende en las distintas actividades humanas. Es el caso de quienes en cuya actitud aparentemente generosa subyace, sin embargo, el interés de resarcirse en la primera ocasión que se les presente, comprometiéndoles en sus objetivos, incluso chantajeando. Tratar de cobrar algún beneficio, alguna ayuda/recompensa, no importa el método que se utilice, pierde el verdadero sentido de la generosidad. Es decir, en este caso la generosidad deja de ser un favor para convertirse en un servicio por el que no se puede emitir factura.
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