Exceso de celo de la Policía de Gijón
Vivo en Gijón hace cuatro años y no suelo tener la necesidad de quejarme sobre la ciudad en la que se han invertido tantos esfuerzos y se han conseguido tantas cosas en beneficio de los ciudadanos. Me parece una de las ciudades más maravillosas y privilegiadas de España para vivir y, además, disfrutar viviendo. A los hechos me remito: jardines y parques hermosos, lugares de ocio para personas de todas las edades, carril bici en expansión e impulso constante de la vida cultural y deportiva a través de tantos organismos, asociaciones y grupos. Tantos eventos y actividades cada día... Tantas cosas podría destacar y de las que los habitantes de Gijón deberían sentirse tan orgullosos.
Pero tengo que poner un «pero». Recientemente me pusieron una multa en la zona de carga y descarga en las calles del barrio de La Arena... ¡Córcholis! ¡No vean cómo fastidia! y sobre todo, porque ya hace un año decidí vender el coche que tenía en propiedad, sencillamente porque soy de los que piensan, por convicción, que necesitamos ciudades más limpias y corazones más humanos y comprometidos.
El coche sancionado en carga y descarga era alquilado. Alquilado unos días para poder desplazar a familiares que han venido a visitarme. Fue multado (fui multado) por la Policía Local o de Tráfico que, a veces, va repartiendo a diestro y siniestro «recetas tan dolorosas», sin sopesar bien las circunstancias ni el momento. Parece que el escuadrón madrugase antes que la madrugada para localizar casi con regusto cualquier coche mal aparcado y todo ello, creo yo, con el objeto de llenar las arcas municipales. No hay sensibilidad, ni equilibrio de juicio.
No voy a cuestionar el servicio ni las responsabilidades de la Policía. Creo que están para servir al ciudadano, protegerlo y hacer cumplir las normas en otras cosas. Pero si todos fuéramos tan extremadamente puntillosos en nuestras actividades o profesiones, tal vez no estaríamos viviendo en una sociedad de derechos. Me quejo de la ladina manera de multar al personal con tan abultado celo y «mala leche». Era un amanecer tranquilo en un Gijón ya en calma. Yo fui a retirar el coche muy temprano, cuando aún no entorpecía la actividad de los repartidores y transportistas (que sé que se quejan cuando han de aparcar en doble fila). Voy a pagar la multa de 200 euros, pero quiero denunciar lo mal que se hace a veces y hasta, quizás, empiece a mirar con desconfianza y duda a estos profesionales de uniforme. ¿La avaricia les vicia? Y si no, ¿a quién o a quiénes?
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