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«Slimming»: Una alternativa al «botellón»

14 de Septiembre del 2011 - Agustín Acebes fuertes (Gijón)

Los gerundios de muchos verbos ingleses se han puesto de moda. Neologismos que se meten, poco a poco, en nuestras vidas. Anglicismos que nos sorprenden, cada día, en los medios de comunicación.

Hace tiempo que el que suscribe le encontró gusto a correr campo a través. Dar zancadas relaja mi cuerpo y airea mi mente. Días atrás decidí renovar mis desvencijadas zapatillas en uno de esos macrocentros comerciales periféricos. Una grácil jovencita, adornada con un brillante «piercing», me dirigió amablemente a la sección de «running». Aturdido, tardé unos segundos en reaccionar y ubicarme.

Esta misma mañana, en la peluquería, atusando mis cuatro pelos, periódico en mano, me detuve en las declaraciones de un responsable turístico, que, alarmado, denunciaba el incremento de los casos de «balconing»: insensatos chavales lanzándose por los balcones a la piscina, cual trampolín mortal. ¡Absurdo entretenimiento!

En esta espiral juvenil, ávida de sensaciones rápidas y ciertamente extravagantes, el consumo de alcohol por atracón («botellón» por estos lares), representa un grave problema sociosanitario. Jóvenes cerebros golpeados por un tóxico legal, con imprevisibles consecuencias y adicciones en aumento, hipotecando futuros inciertos. Hay preocupación grave en el mundo sanitario, mientras que en el político se discuten medidas, sin decidirse soluciones.

Al otro lado del charco, han surgido modas, talentos e inventos fantásticos (¡qué pena que tipos como Steve Jobs se acaben prematuramente!), pero los yanquis firman también novedades tenebrosas. Les cuento: para que un tóxico como el alcohol llegue a la sangre y al cerebro (donde ejerce sus efectos excitantes), debe previamente metabolizarse en el hígado. Y eso lleva su tiempo. El bebedor compulsivo busca efectos rápidos, y si el «colocón» se demora, no mola tanto. Hay pues que buscar alternativas.

Se sabe que la absorción de los fármacos y tóxicos por las mucosas es casi tan rápida como si se inyectaran directamente en sangre. Y este conocimiento lo aplican sabiamente los aguerridos mozalbetes. Imaginación parece que no les falta. Inhalan vapores alcohólicos y aplican soluciones vía ocular, cual vulgar colirio. Todo vale para mejorar la rapidez. Pero, claro, esas vías, al igual que la digestiva, dejan rastro. Olores que delatan el consumo ante padres y autoridades. ¿Y que se les ha ocurrido? Pues utilizar la vía genital. Sí, sí, ahí abajo, reducto de intimidad y discreción.

Y se entera uno, con perplejidad, que no sólo en USA sino también en Alemania, propagándose con la fuerza y la velocidad de las redes sociales, se ha popularizado la utilización de dispositivos similares a tampones, impregnados en licor de alta graduación, que, cuidadosamente ubicados –«por delante» en ellas, y al parecer «por detrás» en ellos–, consigue la llegada masiva y rápida de alcohol a la sangre. Misión cumplida. Han bautizado la técnica con un gerundio más para añadir a la larga lista: «Slimming».

No tardaremos en verlo por esta orilla. Mas ecológico y limpio que el «botellón» sí que parece. Los ayuntamientos podrían ahorrar mucho dinero en la limpieza de residuos los fines de semana, y los padres, incautos de ellos, sin detectar tufo alguno del consumo alcohólico en sus cachorros. Pero, claro, no hay invento perfecto. Y como alcohol que es, seguro que en semejantes partes nobles debe de escocer una barbaridad. Me temo que no cuajará y seguiremos asistiendo al desolador panorama de botellas rotas en las calles y de neuronas mutiladas en los cerebros.

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