A la Conferencia Episcopal
Señor Rouco, señor Camino, señores obispos, basta ya de tanta hipocresía y fariseísmo, ya está bien, si Cristo volviese a venir, ¿a quién expulsaría del templo?
Como institución privada tienen ustedes todo el derecho del mundo a opinar lo que quieran, faltaría más, y que yo respeto, aunque en muchos de los casos no comparta, pero de esto a pretender deslegitimar una ley que aprueben nuestras Cortes, en un Estado de derecho, y que además es aconfesional, me parece pasarse tres pueblos.
Pretender que con la reforma de la ley del Aborto se está favoreciendo al lince más que al ser humano es cuanto menos una aberración, cosa que no me extraña de ustedes, ya que de aberraciones en su historia tienen un amplio conocimiento.
No voy a entrar en discusión de cuándo un embrión es ser humano o no, ustedes tienen su opinión, los legisladores otra y yo la mía, y, como les decía antes, todas respetables.
Tampoco voy a entrar en cuánto se gastan en los murales de las 13.000 vallas, los 30.000 carteles y los 8.000.000 de dípticos, cuando dicen que no les alcanza el dinero, porque con su dinero también pueden hacer lo que quieran, aunque algo me toque a mí poner de lo que les da el Estado, pues los acuerdos establecidos también los respeto.
Pero en lo que sí voy a entrar, es en que me gustaría ver sus conciencias, que me imagino que las tendrán, cuando mirando, como lo estoy haciendo mientras escribo estas letras, la fotografía de unos padres felices, Javier y Soledad, junto con sus dos hijos, Andrés y Javier, que éstos sí tienen nombre y apellidos, que ustedes, por no sé qué ley divina, condenaban a no nacer a Javier y a la pena de muerte a Andrés por su enfermedad, y eso es cristiano, ético y moral.
¡Venga ya!
Señor Rouco, señor Camino, señores obispos, ¿les preocupa desde sus poltronas que los Seminarios estén cada vez más vacíos?, ¿las Iglesias con menos feligreses?, ¿que disminuyan los bautizos y las bodas?, ¿y aquellos sacerdotes de pueblo, que son muchos, y que de verdad no tienen ni un euro para poder aplicar la auténtica doctrina de Cristo, la que está con los pobres y no la que aplican ustedes desde las altas jerarquías, siempre con los poderosos? Me parece que no.
Los que creemos en Dios y en la verdadera doctrina de Cristo (y no me avergüenzo de ello) no nos merecemos esto.
Sigo manteniendo lo que decía al principio, ¿quiénes serían expulsados del templo?
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