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Volver a empezar, carta abierta a Antonio Quintana

16 de Septiembre del 2011 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

El 16 de marzo de 2011 salió publicada una carta de Antonio Quintana. Seis días después, el 22 de marzo aparece mi respuesta en LNE. Y no tuve noticias de ninguna carta más del indignado señor Quintana. Sin embargo, descubro hoy (15 de septiembre), casi seis meses después, en Internet, que sí ejerció la contrarréplica el señor Quintana, en una carta del 28 de marzo. O bien se me pasó ese día en papel o sólo se publicó en versión digital. Sea como fuere, una lástima. Tanto la carta del llanisco como no haberme enterado a tiempo para responderle en su día. He dudado si escribir, y luego enviar, estas líneas. Por dos motivos. El primero porque hace ya medio año. El segundo porque de nada serviría. Sin duda, no para que el bueno del señor Quintana entienda algo en sus justos quicios, que no entiende nada al derechas. Pero de algo sí sirve. Por una parte, para que el lector pueda leer mi respuesta a su retórico escrito, y vea cómo él no se atiene para nada a lo que nosotros decíamos sino que tergiversa las cosas y se sale por los cerros de Úbeda. Que podrán ser (o no) interesantes pero que en absoluto engarzan con los argumentos por mí esgrimidos. Esto es, que no se ciñe a los términos de una dialéctica seria. Y por otro lado, si me decido a responder (sabiendo, repito, que en lo concerniente al sorprendido señor Quintana de nada va a servir, y que, da pereza responder a un asunto enfriado meses atrás) es por una cuestión deontológica (entre otras cosas, por hacer frente a descaradas mentiras y que fue lo que me llevó a responder por primera vez-).

Resulta surrealista que alguien que no se atañe a las objeciones hechas diga que como parece que no anda muy bien de comprensión lectora como la mayoría de nuestros escolares, por desgracia-, me veo en la obligación de aclararle algunas cosas. Ya en el primer párrafo dice que no hay ninguna frase en contra de ese señor, y tampoco cuestiono su gestión al frente de la Filmoteca asturiana. Bien, ¿y qué? ¿He dicho yo acaso lo contrario? Absolutamente nada digo de ello en mi escrito. Así que ¿por qué saca eso a relucir?

En su primer texto dijo que la perorata del presentador del evento se prolongó durante media hora larga. Le contesté que era rotundamente falso, ya que fueron 18 minutos de reloj. Y ahora resulta que (tras intentar enhebrar un chiste con ecos freudianos) ésta se prolongó durante media hora, diga usted lo que diga. ¡Estupendo y maravilloso! ¿Qué más se puede decir! ¿Cómo se va a debatir racionalmente con alguien a quien corriges con un argumento implacable, y el adversario no es que encapsule el mismo sino que lo niega y crea otra realidad alternativa? A él le parece que duró más de media hora. Le hago ver que eso es una opinión suya pero que en absoluto fue así. Y él erre que erre. Cual chiquillo que lo que quiere es ganar o salirse con la suya e inventa las reglas del juego. Además, sería absurdo pensar que tras la afirmación del señor Quintana estuvieran las disquisiciones agustinianas. Es simplemente un cerrojo ideológico. Más aún: la estulticia personificada. ¿Qué se va a intentar decir a alguien así? Pero la honradez y el respeto a los lectores lo exige, así que sigamos.

Califica, a continuación la perorata de farragosa, tediosa y errática. Y nos dice que el estilo de Bonifacio no es su estilo. Muy bien. Si se acuerda, lo que escribí fue que eran impresiones suyas y que podían ser discutibles, pero que yo no entraba en ello, pero sí en lo de la duración de la perorata. Pero, si como hemos visto, le da igual ocho que ochenta, y dice que duró más de media hora y cual demiurgo, crea el tiempo y hace que lo que fue no sea, ¿qué cabe esperar de un razonamiento tal? Que califique con esos adjetivos la intervención de Bonifacio no es más que su punto de vista. Desde luego es impertinente aquí, cuando yo nada he dicho de ello. ¡Luego resulta que el que no sabe leer es un servidor! Mezcla eso en la disputa interesadamente, inventándose un hombre de paja y confundiendo al lector. Pero, tranquilízese, señor Quintana, que cualquier lector con un mínimo de sindéresis que haya leído las cuatro cartas, sabrá sacar las consecuencias oportunas.

Dice en el siguiente párrafo que si Bonifacio ya conocía el paño, por qué ese empeño en largarles el rollo?. Eso no debe preguntármelo a mi. Lo que digo es que antes había una presentación antes de cada película, y debido a la mala actitud y aptitud de gran parte de los espectadores, se suprimió. Ahora sólo se hace cada primer día de ciclo. ¿Y aún así debo (debemos) soportar la mala educación de otras personas? Aunque se responda afirmativamente, no es óbice para decir lo que ya señalé en el anterior escrito: Que mucha gente no está preparada para ir al cine, tenga la edad que tenga (en el caso de Los Lunes del Filarmónica, en un porcentaje muy alto, por la denominada eufemísticamente tercera edad). Y si las cosas son como son, por mucho que se cabree usted, don Rubén, pues los espectadores debieran saber (al igual que el señor Quintana) que Los Lunes del Filarmónica era un complejo de Presentación y Película. Las cosas eran como eran. Pero cambiaron. Y ya está. No hay nada que decir. No voy, por ejemplo, a decir que dos y dos no son cuatro. Como decían los clásicos, conducen los hados al que quieren; al que no, lo arrastran. Acogiéndome al argumento del señor Quintana, como las cosas eran como eran, que no hubiesen acudido para aguantar una soporífera alocución.

Prosigue: Lo lógico es huir de erudiciones innecesarias a la hora de presentar ciclos de cine como el que no ocupa. Eso lo dirá usted. Aquí entran en juego el ciclo (el programador) y el público asistente, y las relaciones que median entre los dos (¿quién debe adecuarse a quién?). Lo que sí se puede decir, es que gracias a la gente que juzga necesario huir de erudiciones innecesarias, las presentaciones individuales se han acabado. Sólo quedan las de principio de ciclo. Pero hay que acabar también con ellas. Y además, ¿que una mayoría imponga una necia decisión, debe por ello ser válida o respetable, fiándolo todo al prestigio y la grandiosidad del formalismo democrático? Se acepta esa decisión de la mayoría, pero ¿no será una miseria de la democracia? No hará falta poner ejemplos de naciones que eligieron democráticamente a sus líderes políticos y la cosa acabó con una guerra mundial. A menos, claro está, que el señor Quintana diga lo contrario.

Para el señor Quintana lo más deleznable de mi artículo es la descripción del público que asiste al cine. ¡Una descripción es deleznable! Y me critica que hable de falta de educación. ¡Pues claro que sí! Y otra vez en esta carta. Ya lo he dicho en el párrafo anterior. Los requisitos no los establece ningún cultureta como yo. Los establecen las buenas costumbres de la sociedad civilizada. Es decir, el cómo comportarse en público. ¿Ve con buenos ojos el señor Quintana cómo cualquier chaval no cede su asiento a un anciano en el autobús o el tren? ¿Le parecería correcto que estando en la sala de espera de un ambulatorio, alguien empezara a eructar o soltar flatulencias? Menos demagogia y más dignidad, por favor.

¡Qué se me diga dónde insinúo que el público esté senil! Lo que digo es que, a fuer de ser pesado, es maleducado. Arguye que aunque no fueran cinéfilos, ni miembros de ese club de los exquisitos y excluyentes al que parece pertenecer usted, don Rubén, no les incapacita para disfrutar plenamente de un buen filme clásico. ¡Claro que no! Si comprendiera lo que lee, sabría que yo no digo eso. Por supuesto que pueden disfrutar de un buen filme clásico, pero si no saben comportarse, que lo hagan en su casa.

El señor Quintana entiende como un insulto lo de advenedizo. Yo dije textualmente que salvo que el señor Quintana sea un advenedizo de Los Lunes del Filarmónica, sabrá que hace ya varios años que se vienen celebrando. Y lo decía ante la sorpresa del señor Quintana por la presentación de Bonifacio. O sea, que probablemente fuese un advenedizo. Le estaba describiendo. Pues de ahí, extrae el sorprendido, con un razonamiento que ya querrían para sí los silogismos aristotélicos, lo siguiente: ¿Acaso para asistir a las sesiones de Los Lunes del Filarmónica hay que pedirle permiso a don Rubén Franco? Y pregunto yo, ¿qué carajo tendrá que ver una cosa con la otra? Confirmado: el señor Quintana es un advenedizo a Los lunes del Filarmónica (no dije a la cinefilia, pongamos por caso) y no sabe leer. Algunos debieran volver a la escuela. Dime de qué presumes

En el último párrafo asocia el señor Quintana que yo calificase su escrito de ideológico con una toma de partido política. Y osa decir (es ya el culmen de su artículo) que usted oye campanas pero no sabe dónde y que expresé majaderías, no argumentos sólidos (como los de él, como estamos viendo). En sus entendederas, el señor Quintana dice que a mí me da igual quién o quiénes nombraran a don Bonifacio para el puesto, aludiendo a que yo disparé por ahí (una cuestión de siglas, vaya) al diagnosticar su texto como ideológico. Vamos a ver, ideología, al igual que el ser aristotélico, se dice de muchas maneras. Tiene muchos sentidos. Y no voy a citar a Destutt de Tracy, Marx o Mannheim. De nada serviría. Voy a decirlo clara y llanamente para que me entienda todo el mundo (incluido el indignado Quintana): cuando califiqué su escrito de ideológico, quería decir (a modo de resumen de todos los argumentos esgrimidos) que era una auténtica basura. Fin.

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