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De loros y chocolates

26 de Septiembre del 2011 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Una de las frases más socorridas, y por otro lado más manidas, utilizada por buena parte de los políticos que padecemos para tratar de justificar según qué gastos, es la no menos absurda del «chocolate del loro», con objeto de minimizar los dineros públicos que se destinan a estupideces varias.

Para común desgracia, estamos viviendo una de las etapas de decadencia económica y política (entre otras) más aparatosa, y lo más grave de todo es que nos ha pillado con la generación más torpe de políticos que jamás haya dado la historia de España. Una parte de ellos, los que aún gobiernan, seguro que pasarán a ser recordados como los más nefastos e incapaces que haya dado la madre naturaleza hasta la presente, y los otros, quienes aspiran a gobernar, no dejan de ser otra tropa de visionarios capaces, únicamente, de mentir más y mejor, pero sin la menor garantía para acometer los grandes desafíos que acechan a nuestro sufrido país. Unos y otros, los que previsiblemente tengan que marcharse, y los que parece que vayan a sucederles, no por méritos propios sino porque los primeros perderán merecidamente las elecciones de noviembre, responden sin embargo a una misma pléyade de mediocridad sin precedentes. Prueba de cuanto digo, es que ni los que se van ni los que parece que puedan venir, están por la labor de ofrecer soluciones tangibles que enderecen la dramática situación. A cambio, todo lo que se les ocurre es hablar de recortes, de reducciones de gastos, de sometimiento a los mal llamados «mercados», de la obediencia ciega a esa señora con pinta de camionera y domicilio en Berlín y de la necesidad de trabajar el doble y cobrar la mitad, o algo así.

A la bien merecida fama de pésimos gestores que pesa sobre la inmensa mayoría de los políticos que padecemos, cabe añadir la incapacidad más absoluta de imaginación que uno se pueda echar a la cara, que unida al descaro con el que defienden las múltiples prebendas que se han auto-concedido, dan como resultado la grosera utilización de la frase del «chocolate del loro», cada vez que alguien les insinúa que han de empezar a recortarse por ellos mismos. El gran dilema es que no se trata de un chocolate y un loro. El gran problema es que son muchos loros, todos obesos, y demasiados chocolates. Mientras tanto les siga faltando el coraje suficiente para llamar a las cosas por su nombre y dejarse de justificaciones pueriles, además de no merecer la confianza en forma de voto ninguno de los dos grandes partidos, no podrán ser tomados en serio por mucho que se esfuercen.

Como es seguro que uno no corre el riesgo de ser plagiado, al menos por ninguno de los dos grandes partidos, por saber de antemano que les faltan agallas para ello, invito al lector a que efectúe conmigo un sencillo ejercicio de cálculo sobre los miles de millones de euros que son fácilmente ahorrables. Para empezar por alguna partida en concreto, eliminaremos las cuantiosas subvenciones que se embolsan, año sí y año también, los partidos políticos, sindicatos, organizaciones empresariales, fundaciones políticas y las sospechosas organizaciones de estudios que ni estudian nada ni que se sepa aprueban con nota esos estudios. Continuaremos por vender o ceder gratuitamente, si llegara el caso, todas y cada una de las televisiones y radios autonómicas, verdaderos pozos sin fondo al servicio de quienes mandan, pero sin la menor utilidad. Aplicaremos la misma medida con centenares de empresas públicas que para lo más que sirven es para dar cobijo a amigos y altos cargos cesados y sin actividad productiva conocida que se sepa. Ya puestos, qué menos que eliminar el Senado, tradicional cámara parlamentaria vacía de contenido, pero con costes millonarios. Siguiendo con el recorte, pondremos en venta miles de vehículos oficiales de alta gama. Excepto el presidente del Gobierno, los ministros y los presidentes de las autonomías, el resto de altos cargos que se agencien el medio de transporte que mejor se adapte a sus necesidades. Eliminaremos los miles de teléfonos móviles, ordenadores portátiles, y kilometrajes y dietas con cargo al erario público. Los alcaldes y concejales quedarán sujetos a un techo salarial adecuado y no a la libre elección de éstos. Naturalmente, no quedará exenta del recorte la mismísima Casa Real, pues no parece, por lo menos ético, que mientras los parados se cuentan por millones y la miseria acecha cada vez más a un mayor número de ciudadanos, la primera familia española se pasee en yate durante mes y medio y sea necesario el desplazamiento de centenares de personas para su seguridad. Y lógicamente, haremos posible que los señores Botín y compañía dejen de tributar al uno por ciento. Aunque además de todo lo antedicho, lo más importante sería conocer qué fueron de la ingente cantidad de miles de millones de euros «inyectados» a los bancos, que en España se especula que se acercan a los doscientos mil y en la llamada zona euro a algo más de dos billones, con be de burro.

Habrá quien pueda ver en estas propuestas algún atisbo de resentimiento, inquina o incluso demagogia, pero nada más lejos de la realidad. El ahorro propuesto es perfectamente viable y seguro que en la mente de millones de ciudadanos, y más si éstos son amas o amos de casa, se les ocurrirían miles de ideas más para no despilfarrar el dinero que no tenemos. No es ningún chocolate de ningún loro, sino ingentes cantidades de dinero público que se dilapidan sin el menor rigor pero con la máxima desfachatez. Lo peor de todo es que ni Alfredo ni Mariano van a aplicar ninguna de estas medidas. Ambos dos, según se desprende de su propia declaración patrimonial, ya disfrutan de una situación económica privilegiada con respecto al común de los ciudadanos, y que se sepa, jamás han tenido otra ocupación que la «cosa» pública. Claro está, que la última palabra en todo esto la tenemos quienes estamos convocados para el próximo noviembre a las urnas y, a lo mejor, igual optamos por romper el viciado bipartidismo que venimos sufriendo y, a lo peor, igual acabamos por «indignarnos» todos más de la cuenta y decidimos que sean ellos, los políticos y sus familias, los únicos que se voten.

Martín Montes Peón

Oviedo

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