Sangre y festejos
¿Quién les ha dicho a los tordesillanos que a la Virgen de la Peña le interesa el martirio de un toro? Si la Virgen hablara, iba a decir –y mucho– sobre la presentación ante su imagen del rabo ensangrentado y aún caliente de la víctima. Es falso y farisaico el catolicismo que practica la gente originaria de diferentes pueblos de España; los cruentos espectáculos con animales en las épocas estivales en un sinfín de lugares «se pretenden justificar» aduciendo que se llevan a cabo en honor de la Virgen .
Ni representan, en absoluto, la cultura de un país, recordemos que –en la línea de otros muchos escritores y hombres de ciencia–, Ortega y Gasset consideraba «un deber de intelectual no asistir a las corridas de toros»; ni la Iglesia católica ha aprobado esta clase de atrocidades, llegando a condenarlas expresamente tal como ya hiciera Pío V en la «Bula contra las corridas de toros».
No tiene sentido ensalzar unos festejos amparándolos en unos falsos fundamentos; y como claro exponente de esta incoherencia cabe mencionar el nombramiento de San Pedro Regalado como patrón de los toreros. ¿Cómo se iba a imaginar el pobre santo que le caería ese marrón? Sin lugar a dudas, es una burla para este franciscano, a la vez que una burda forma de tergiversar unos hechos. Refresquemos la memoria: se dice que San Pedro Regalado curó las heridas del toro «Porcelana» –producidas en una corrida celebrada en Valladolid, de la que consiguió escapar– a la vez que señalaba que «con bondad en el corazón se amansan las fieras; y nunca con violencia». Más que relación entre el santo y los toreros, hay una estrepitosa antagonía. La mentira y lo enrevesado hacen acto de presencia para justificar lo nunca justificable: la brutalidad.
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