Encontrar una aguja en un pajar
Hace bastantes años asistí a una de las Jornadas sobre cultura popular que se celebraban en las islas Canarias. Ya entonces creo que escribí una crónica sobre el tema de los «pajares» en la isla de Tenerife, donde existe un museo sobre las costumbres del lugar. Éste se halla ubicado en el lugar de Piñolere, en el valle de La Orotava. Allí un grupo de vecinos trabajó intensamente para lograr el milagro de construir un centro en el que quedara recogido no sólo el patrimonio, sino algo más importante con su diario quehacer, que desaparece, por desgracia, en todos los lugares engullido por ese progreso mal entendido, como vengo repitiendo desde hace muchos lustros. En fin, la pérdida de identidad que consiguió que nuestras torpes mentes se embotaran aún más abducidas por el sistema, poco respetuoso con el pasado. Me refiero al «sistema» en manos de usurpadores, que sólo creen en su ego y se nutren del medio parasitándolo, hasta agotar la vitalidad del cuerpo infectado.
Subtítulo: El patrimonio y los usurpadores
Como pueden ver es la eterna cantinela de este que (como dicen los parásitos) no sabe otra música.
Son los «pajares» unas viviendas populares en las que moraban los habitantes de aquella encantadora tierra. Estas construcciones suelen ser de planta rectangular de piedra, de medidas indeterminadas, aunque casi siempre más reducidas que las necesidades de las prolíficas familias que las ocupaban. Su techo está formado por un entramado de madera de castaño o cualquiera de las disponibles en el lugar que se construía. En este caso se cita el castaño por ser la madera que abundaba en el norte de esta isla. Descansa el maderamen de este tejado sobre las paredes y está cubierto por cuelmo de paja de centeno, que en otro tiempo era un cultivo tradicional. Esta paja es mucho más dura que la del norte de la Península, porque la estructura del vegetal es de paredes más gruesas, y también parece ser que aquel terreno volcánico le da esas características. El grado de inclinación de ese tipo de cubierta es muy agudo, posiblemente el ángulo de la techumbre en el crumen o remate de la cubierta no exceda de los 40 o 45º. La materia vegetal que compone la cubierta es posible que dé el nombre de «pajares», y he aquí donde surge también otro: la herramienta con la que se atan los cuelmos al entramado del techo, llamada «aguja». Ésta es un largo palo entre 80 o 90 centímetros que tiene un extremo aguzado y en el otro el ojal o ranura. El grueso es de 20 o 25 mm y dura la madera de la que está formada. Puede ser de brezo, pino canario y serviría también el tejo, el duramen de roble o cualquier otra que le dé consistencia. Como su propio nombre indica, sirve para coser o atar los haces de paja a la cubierta, en la que desde el interior un operario pasa el cabo al que se encuentra en el exterior, que la vuelve al interior, donde es atada al palo correspondiente. La labor es compleja porque a la técnica de conformar el tejado debemos añadir la de mantenerse sobre la verga o vara que sirve de andamio a lo largo de la techumbre.
Como se pueden imaginar se hace aquí una breve descripción de los «pajares» porque de lo que se trataba era de demostrar que encontrar una aguja en un pajar no es algo imposible, dado el lugar y las dimensiones del adminículo de atar o pasar la tomiza a través de la paja. Lo malo o complicado es encontrar el dinero que se escurrió entre los dedos de unos cuantos malversadores. El granuja no es una aguja. ¡Cuánta paja!
Haxa salú.
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