Niños sí, gracias
La carta titulada "Por favor, niños no" de D. Faustino Gómez Pérez me ha hecho recordar la última vez que estuve allí.
No podían moverse de sus sillas, algunas de ruedas. Sus ancianos ojos clamaban por una caricia, por unos mimos cálidos tan escasos y racionados para ellos que dolían.
El olor a limpio y los suelos brillantes no conseguían animar al visitante a pesar del esmero de las cuidadoras, y un extraño rumor mezclaba en el aire susurros y gemidos con el ruido de cubiertos y platos.
De seis a siete de la tarde algunos familiares y todas las monjas les daban la cena, para acostarles antes de la puesta de sol en sus amplias habitaciones de tres camas con vistas al Tibidabo.
Angelina, una preciosa yaya de ojos azules, me agarró fuertemente el antebrazo y me dijo en voz baja que no apagase la luz porque tenía miedo "a esos señores que venían a buscarla"...
El hipo de Antonio cedió con largactil y buscapina, y a modo de agradecimiento me llamó algo parecido a "bruja" pero con cuatro letras...Yo le pregunté si quería fruta, y repitió el insulto alto y claro en medio de la risa reprimida de dos novicias recién llegadas de Ecuador.
Ese día al terminar mi visita bajé caminando hasta el centro de la ciudad con un nudo agridulce en el corazón, como de impotencia a pesar del deber cumplido.
Al llegar a casa mi querubín me esperaba en pijama señalando la tele al grito de "pampón pumpo" mientras Alex Casademunt debutaba en "Operación Triunfo": Ni el mismísimo Dr. Eduard Estivill hubiera conseguido dormir antes al angelito con una siesta de dos horas en su haber.
Ya de madrugada la ruidosa erupción de un premolar a buen seguro despertó y desveló a más de un sufrido vecino de los pisos superior e inferior, con el llanto incontrolable de mi maleducado lactante de año y medio.
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