Promesas electoralistas
Los políticos, cuando se acercan las elecciones, se desmelenan ofreciendo y prometiendo el oro y el moro, cuánto no pueden o no cumplirán después. Populares y socialistas, sobre todo, están enzarzados en una lucha tremenda sobre quién acabará primero con la puñetera crisis ésta, y el no menos puñetero par, tan elevado ya. Por ejemplo, el portavoz del PP, González Pons, dice, que, si ganan las elecciones, en los cuatro años de su legislatura, crearán 3.500.000 puestos de trabajo. Muchos son, carajo. No debieran de concretar cifras, y menos tan elevadas, porque pueden dejar a uno con el glúteo al aire después. El candidato Rajoy, que también está largando demasiado, y no tiene varita mágica alguna, digamos que puede ser un «supuesto», una posibilidad, una esperanza, cosa que no vemos en Rubalcaba -su primer apellido, al parecer, no es electoralista, y lo ha eliminado-, que ha eliminado también a Zapatero y ya manda más que él. Cosas veredes, mío Cid.
En el caso de Rubalcaba, descamisado y muy proletario él, millonario, como acabamos de conocer, no para de un lado para otro mitineando, persuasivo y vehemente, prometiendo un cambio radical en todos los sentidos, sobre todo trabajo para los jóvenes. Sí, en el caso de este candidato socialista, creemos que no pueden darse ese supuesto ni la posibilidad y, menos aún, la esperanza del cambio que promete, por la sencilla razón de que, antes con Felipe González y ahora con Zapatero, ha ocupado varias carteras y, últimamente, la de Interior y a la vez vicepresidente primero del Gobierno. ¿Cómo, entonces, nos puede venir ahora Rubalcaba con estas milongas electoralistas, como si fuera un candidato que por primera vez se presenta a un cargo electivo? Hombre, esto, además de un descaro y una frescura, nos parece una tomadura de pelo. Y es que, en nuestra clase política, los hay que se creen que somos tontos, o que nos chupamos el dedo. Muchos de ellos sí que «chupan» a base de bien, y no el dedo precisamente.
Promesas electorales. Decía Tierno Galván que se hacen para no ser cumplidas. No cabe duda que aquel intelectual alcalde de Madrid era un político sincero. Nadie de los suyos da hoy su medida.
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