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Don Rosendo, sin pecado original

20 de Marzo del 2009 - Javier Gómez Cuesta

El cura más longevo del presbiterio asturiano en la actualidad. Acababa de cumplir los 94. Hasta el último día vivió siempre un poco adelantado a su tiempo, aunque frecuentemente llegaba apurado, con paso corto y ligero, pero tarde, a no ser que, despistado y confundido, se presentase a la reunión un día antes. Había nacido en el pueblo somedano de Saliencia, sin duda bajo la nieve copiosa del mes de febrero, porque en aquellos años de principios de siglo XX (nació en 1915) las nevadas cubrían las casas de piedra de aquella alta montaña asturiana. De su oficio natural de pastor corriendo tras las ovejas, subiendo y bajando por intrincados vericuetos, le quedó su andar ligero e inclinado hacia delante y su vocación de montañero que cultivó y practicó hasta muy octogenario o nonagenario ya. Animado por un tío sacerdote, conocido en la capital por el cura de las abeyas, que regentaba una capellanía en Oviedo, vino al Seminario ubicado en aquel tiempo, anterior a la Guerra Civil, en el caserón del convento de Santo Domingo y, después del 34 en que fue destruido, en el monasterio de Valdediós. En aquellos años había verdadera preocupación por la formación de los sacerdotes y los obispos mandaban a prepararse a las más renombradas universidades romanas a los mejores alumnos que tenían en sus aulas. D. Rosendo formó parte de un grupo que iba a tener gran influencia en la marcha de la diócesis. Entre ellos estaban D. Antonio Viñayo, D. Rafael Samoano y D. Manuel Menéndez.

En Roma recibió la ordenación sacerdotal en marzo de 1939 y allí se licenció en Teología y Derecho Canónico, además de asistir a otros cursos de diferentes asignaturas que completaron su amplia formación intelectual. Con sus títulos académicos comenzó su tarea de profesor en Covadonga, Valdediós y Oviedo, pero no de la ciencia sagrada, sino de materias empíricas y sociales, por las que tenía una especial atracción y facilidad para explicar. Física, Química, Ciencias Naturales, Cosmología, Sociología, Filosofía Social, Psicología, Economía... La dedicación intelectual fue enciclopédica. Sus métodos pedagógicos eran muy prácticos; si había que probar la importancia del bulbo raquídeo, llevaba una rana y anunciaba que, en cuanto le clavara en esa parte del cuerpo la aguja que tenía en la mano, la rana moriría súbitamente. Así lo ejecutaba, pero la rana salía ilesa dando saltos mayores porque no acertaba. D. Rosendo fue una persona con inquietud intelectual y con afán de que los sacerdotes salieran bien preparados en otras ciencias humanas que forman parte del saber y de la cultura actual. Esta actividad de profesor, en alguna época compartida con la labor educativa de prefecto, la ejerció hasta su jubilación en 1985 con el mismo entusiasmo y afán de estar al día en los más recientes conocimientos. Son sus alumnos los que en seguida descubren esa faceta de persona despistada, un poco ingenua y crédula, fácil de engañar, pero de un gran corazón, de una generosa disponibilidad, de temperamento afable y conversador, sin maldad ni picardía, que encajaba bien las bromas que le gastaban y que daba la impresión de que no tenía pecado original.

Seguramente que su tío fue el que le orientó para solicitar una capellanía de las instituciones que amparaba la antigua Diputación Provincial. Primero estuvo en La Malatería de San Lázaro, donde las Hijas de la Caridad recogían ancianos y enfermos desamparados. Más tarde pasó como director al Colegio Provincial de niñas del Cristo, siendo como un padre y un abuelo para ellas, que le llamaban cariñosamente D. Ro. Fue uno de los sacerdotes que primero tuvo coche, aquel Biscuter descapotable de nueve caballos, gloria de la industria e ingeniería española. Causaba expectación cuando llegaba, conduciéndolo todo ufano, a los jardines del Prao Picón y donde las tretas de los seminaristas le ponían nervioso, de tal manera que se olvidaba de frenar y saltaba con el auto al césped del jardín. Una epopeya. Con el coche aparecía este sacerdote buenón en cualquier pueblo o playa con un grupo de niñas de su Colegio, como si fueran su familia.

Fue uno de los prohombres fundadores de la Escuela Social Sacerdotal, de la calle Campomanes, creada en los tiempos del obispo D. Benjamín Arriba y Castro. Centrada en la Doctrina Social de la Iglesia y en el estudio de las ciencias sociales, va a tener una gran influencia en el sesgo pastoral y evangelizador de la diócesis y en la lucha por las libertades y los derechos humanos de Asturias. De allí salieron sacerdotes muy comprometidos que formaron militantes obreros cristianos en los movimientos apostólicos de la HOAC y la JOC. Sin ellos y la labor social y política que ejercieron y animaron, no se explica bien ni se hace justicia a nuestra historia reciente. Él mismo tuvo graves problemas en la huelga de 1958, como consiliario de estos movimientos, por la defensa de los mineros represaliados, la defensa de la legalidad de la huelga y los comedores de socorro. Su actitud le valió la denuncia por el gobernador civil al Arzobispo. El documento es todo un testimonio de las difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado de aquella época.

Subtítulo: Un cura todo terreno vivió siempre, hasta el último día, un poco adelantado a su tiempo

Sumario: Con su imaginación y su deseo parecía estar un poco más allá de los demás, como si se le escapasen el pensamiento y las ideas

Regentó, también, responsabilidades diocesanas de gobierno, siendo vicario territorial de la zona centro en los años setenta. En esta misión manifestó su visión propositiva de la Iglesia, que debía estar abierta al futuro y tener nuevas iniciativas, huyendo de la repetición de hacer siempre lo mismo. D. Rosendo, con su imaginación y su deseo, parecía estar un poco más allá que los demás, como si se le escapase el pensamiento y las ideas, que se le atropellaban en su forma de hablar. Admiraba el que una persona mayor hablase sin miedo, sin temor, con libertad.

Jubilado por las leyes, como buen montañero, se sintió joven y con fuerzas para ejercer el trabajo de párroco en su zona natal de Somiedo y se marchó a la Pola. Allí estuvo unos cuantos años, hasta 1996, también con sus métodos pastorales propios, anunciando las actividades pastorales y el horario de las misas con un altavoz que ponía en el coche, aunque no era raro que tuviera que hacer una segunda turné para corregir el anuncio que antes había dado equivocadamente. Los parroquianos se lo admitían con gracia y lo sonreían. De esta reciente etapa rural sacó algunas conclusiones pastorales de reforma que nos expuso a D. Atilano y a mí, en una comida en la Casa Rectoral de Pola de Somiedo, donde nos obsequió con unos sabrosísimos garbanzos cocinados por él.

Cuando la edad avanza inexorable, las fuerzas merman y vivir solo es un peligro, se vino de nuevo a Oviedo. Pero el afán apostólico no muere. Se ofreció a prestar su colaboración en la parroquia de San Pablo de la Argañosa, en cuyo barrio tenía su vivienda. Su hiperactividad y sus propuestas de actividades e iniciativas se parecían a las de un copárroco.

Como reconocimiento, recibió un día el honor del título de Protonotario Apostólico Supernumerario, uno de agasajos que, a la par, en el mundo civil son más valorados que en el mundo eclesiástico. A él le hizo una gran ilusión y eso es lo que realmente vale. Es importante que alguien reconozca que has entregado tu vida a la Iglesia. Esta dimensión muy humana está muy olvidada en nuestro ramo eclesiástico. Nosotros practicamos solamente el Dios te lo pague. Menos mal que es verdad. Eso esperamos. D. Rosendo, un cura todo terreno de una Iglesia de avanzadilla que muchos añoramos.

Javier Gómez Cuesta es párroco de San Pedro de Gijón

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