La Monumental sin verdugos y sin víctimas
Llegan las lágrimas, la rabia y el rechazo. La negación pretende, a fuerza de repetida, transformar los hechos consumados, y la indignación ocupa su lugar cuando la certeza demuestra que deseo y realidad transitan por caminos divergentes. La tristeza y el enojo de los taurinos cobran forma estos días porque en otra comunidad española, y ya van dos, no podrán volver a adquirir una entrada para ver una corrida de toros. Afortunadamente.
¡Respeto!, exigen. ¡Libertad!, reclaman. Invocan los más altos valores a los que puede aspirar el ser humano como baluartes para amparar el espectáculo que tanto apetecen y al que no están dispuestos a renunciar. Pero resulta que semejante grandeza de miras y toda esa retórica citando derechos por supuesto inalienables, quedan reducidas a una cínica parafernalia cuando lo que en definitiva pretenden es perpetuar una costumbre cruel, sangrienta, violenta y despiadada.
Lo que organizaron el fin de semana en La Monumental de Barcelona fue un teatrillo que respondió a un guión diseñado de antemano en cada detalle. No faltó el fervor, ni los abrazos, allí estuvieron el llanto y la dignidad, la adoración de los semidioses y las alusiones a la historia y a sus grandes hombres. Por supuesto, cada uno de los actos rezumaba sensibilidad, porque si de algo presumen los aficionados a la lidia es de representar la quintaesencia de las emociones más sublimes. Y admitamos que algunos se sienten conmovidos ante las ejecuciones.
Preciosa, cautivadora la escena. Lástima que toda esa magia escondiese, como siempre que hablamos de tauromaquia, una profunda inmundicia moral. Lo único innegable el pasado domingo era el consabido sufrimiento de los toros, su pavorosa muerte y, especialmente pensadas para la ocasión, mutilaciones a mansalva concedidas con tal desprendimiento, que incluso uno de los sayones tuvo que devolver alguno de los elementos amputados al infortunado animal. Y es que no son más que lo son: matarifes que antes de ejercer de verdugos se entretienen unos minutos con sus víctimas en la faceta de torturadores.
Una vez dado este paso en Catalunya hacia la erradicación del ensañamiento con seres vivos, nos queda bregar con los que han jurado luchar sin descanso por devolver la sangre a la arena de La Monumental y las orejas y rabos a las manos de los matadores en esa Plaza. Pero lo haremos, y con una tranquilidad que lamentablemente no nos acompaña en otros lugares: la de saber que entretanto no seguirán padeciendo animales en el ruedo. Hasta ahora cada día de batalla podía significar una jornada con nuevos muertos. A partir de este instante, el tiempo transcurrido sumara distancia de Dudalegre, el último toro asesinado en el coso barcelonés.
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