La soberbia

3 de Octubre del 2011 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones)

Si no está bien cimentada se acaba destruyendo la altivez de los edificios levantados con ambición y afán de notoriedad. Téngase en cuenta que la soberbia y la ambición están hermanadas y no se les conoce padre. Quienes la padecen se dejan llevar por ella sin el más mínimo control. Cuando en el discurrir de la vida te encuentras con un edificio humano de estas características, hay que tener carácter para plantarle cara, de lo contrario su carga arrogante te acabará sometiendo por imposición o vehemencia. Frenar el ímpetu y la fuerza que despierta en su afán de alcanzar sus objetivos, no es fácil lograrlo, sorteará o destruirá cuantos obstáculos encuentre hacia su meta.

Lógicamente, donde mayor acomodo encuentra la soberbia es en las personas de buena fe, utilizándolas sin contemplación. Y a poca capacidad observadora de que dispongamos, podremos darnos cuenta de que la mayor acumulación de soberbia y ambición se genera en los hombres salidos de la nada. Quieren aparentar ser gigantes, pero no pasan de enanos mentales. Podrán trepar hasta la copa de la más alta montaña, pero no podrán vivir allá por mucho tiempo. Lo dejo escrito muy bien Quevedo: «Ruin arquitecto es la soberbia; los cimientos pone en lo alto y las tejas en los cimientos». Hasta en los esclavos brotan los peores tiranos, en ellos se escenifica la mayor de las soberbias.

Una de las actividades en la que se destapa con mayor virulencia el vicio de la soberbia es en el ejercicio de la política. No sabemos si será porque a este bien necesario acuden muchas gentes sin formar, sin preparar, o sea, que nadan en la ignorancia. En cuanto ascienden un peldaño, no hay quien los soporte, se vuelven engreídos, sabelotodo. La soberbia es, en definitiva, el principio del pecado ante quien no cabe el consejo, porque te tomará por enemigo. En estos pecadores no cabe el arrepentimiento.

De niños deberían vacunarnos contra la soberbia y la ambición, se ahorrarían muchos problemas, lo que contribuiría a hacernos más felices. Tan sólo aceptemos la ambición cuando esta condición del hombre tiene como deseo realmente favorecer a los demás, tratar de hacerlos más felices. Pero, cuidado, hay que estar ojo avizor, a veces esa ambición está cubierta de una especie de envoltorio de regalo y al desenvolverlo descubres que es falso.

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