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Músicay liturgia

14 de Octubre del 2011 - José Manuel Fueyo Méndez (Oviedo)

Concluido el período estival y pasadas, por tanto, todas las fiestas y romerías, se me ocurre señalar dos vicios en que incurren algunas comisiones de festejos y que pueden corregirse muy fácilmente. Aprovecho para decir que las comisiones de festejos merecen generalmente más aplausos que quejas, pero hoy quiero referirme a estas dos cosillas, que no tienen más importancia que la que tienen, pero que tienen su importancia.

Todos los años le oigo decir a algún compañero sacerdote que se enteró de la hora de la misa leyendo el programa de la fiesta. ¿Absurdo, verdad? ¡Pues pasa! El otro vicio consiste en contratar para la misa de la fiesta a un coro foráneo habiendo coro en la propia parroquia.

La parte musical de las celebraciones religiosas no constituye un añadido que se agrega para que «haga bonito», sino que forma parte de la celebración misma, como las oraciones, las lecturas y hasta la misma comunión eucarística. Entre las personas que acuden asiduamente a las celebraciones parroquiales, las que estén mejor dotadas para cantar pueden y hasta deben constituirse en coro, pero no para dar conciertos que los demás fieles escuchen pasivamente, sino para cantar canciones que la asamblea conozca o pueda aprender, de manera que sean todos los fieles los que canten. O, como sucede en mi patria chica occidental, ante la escasez de efectivos, está bien que haya un coro «interparroquial» que anime las celebraciones de varios pueblos. Queda, por tanto, feo que, habiendo un coro en la parroquia, la comisión de festejos, aunque sea con la mejor de las intenciones, contrate para la fiesta patronal a un coro de fuera, por bueno que sea ese coro. Otra cosa es que, tras la celebración eucarística, se organice un concierto, para el que ya resulta justificable que se contrate al coro que se considere.

Por otro lado, casi no es de extrañar que pasen estas cosas en nuestras parroquias, pues también se dan a veces cosas parecidas en las altas esferas. Por ejemplo, en la Jornada Mundial de la Juventud, con la presencia del mismísimo Papa. No pude seguir todas las celebraciones, pero en las retransmisiones que pude ver el coro correspondiente cantaba y la multitud de jóvenes mantenía un silencio forzoso por no conocer las canciones. Especialmente llamativo fue que a los peregrinos no se les enseñase ni siquiera el himno de las propias Jornadas.

Hablando de música y liturgia, se fueron ya hace semanas las fiestas de San Mateo, con su liturgia de conciertos, chiringuitos, botellones, peleas callejeras y demás. Se nota que ni los concejales ni los de la SOF viven en el Antiguo, cuyos vecinos sufren año tras año la tortura de tan peculiar sinfonía y donde los turistas alucinan viendo las tramoyas que los ovetenses montamos ante edificios tan emblemáticos. ¡Como si no hubiese espacios más apropiados en la urbe para estas cosas, que evitasen tantas aglomeraciones, empujones y cabreos de propios y extraños! El Alcalde promete que los chiringuitos van a seguir, «porque a la gente le gusta». Pues paga el vulgo, es justo hablarle en necio para darle gusto, que diría don Lope.

El espectáculo taurino tiene también su música y su liturgia. En Cataluña ya no se puede decir tiene, sino tenía, porque el Parlamento de dicha comunidad autónoma ha decidido prohibir la fiesta. ¡Pues vale! No será un servidor quien derrame lágrimas por no poder ir a los toros, pero llama la atención que, con los problemas que hay en España en general y en Cataluña en particular, los gobernantes empleen tiempo en cuestiones que no son, desde luego, prioritarias. Y, sobre todo, llama la atención que, en una región en la que se provocan más de veinte mil abortos al año, los gobernantes tengan el cinismo de mostrar misericordia con el sufrimiento de los astados. En fin, en los alberos catalanes ya no se oirán pasodobles; ahora tienen más adeptos la música y la liturgia de la muerte. ¡A ver si salimos pronto del túnel!

José Manuel Fueyo Méndez, párroco de Nuestra Señora de Covadonga, Oviedo

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