Un modelo agotado
Hace unos días estuve de excursión en Cabrales, concretamente en Asiego, haciendo la Ruta’l Quesu y la Sidra. Además de disfrutar de un paisaje único, del que creo que nunca nos cansamos ni los propios asturianos, el gran Manolo Niembro, factótum de la actividad, ofrece detalladas explicaciones y muchas informaciones interesantes sobre la cultura tradicional asturiana y la forma de ser y vivir de una sociedad rural preindustrial. Los que disfrutábamos de la ruta (todos de fuera de Asturias, menos mi marido y yo, y de ellos un buen número de mexicanos) escuchábamos atentamente las explicaciones de cómo se las arreglaban los asturianos de hace apenas unos 50 años. Aunque supongo que todos los que sentimos el medio rural como algo cercano lo sabemos, no dejó de sorprenderme la reflexión que nos evocaba el guía de que en la cultura del campesino tradicional no existen los residuos porque todo se aprovecha con el buen fin de contribuir a una cadena biológica que como tal ciclo natural es circular.
Tras esta bucólica inmersión en el pasado, me resulta triste pensar en lo que el rápido desarrollo de nuestra sociedad ha transformado nuestro modo de vida actual, sustentado en el crecimiento exponencial de la producción y alimentado por un consumismo exacerbado e irracional.
En estos últimos tiempos, los ciudadanos que esperamos recibir constante información hemos hecho una especie de curso acelerado sobre las causas de la gran recesión originada a raíz de la caída del gigante Lehman Brothers. Incorporamos a nuestras conversaciones cotidianas las valoraciones sobre los orígenes de la burbuja inmobiliaria, el poder de los mercados del dinero y seguimos con atención la evolución de la prima de riesgo cada mañana. No obstante, yo confieso que tengo muchas dudas sobre toda esta situación. Aunque los economistas han conseguido explicarnos de mil maneras el modo en el que se ha construido y desencadenado la crisis, yo no veo claro que, según muchos expertos, la receta para salir de los problemas económicos actuales esté en aumentar el crecimiento económico, lo que exige, a su vez, aumentar la producción y el consumo. Quizás empiezo a ser algo escéptica o desconfiada y a poner todo este tinglado económico-financiero en cuestión. Sinceramente, no me creo que podamos salir de ésta si no cambiamos nuestro modelo económico.
Y, al hilo de esta reflexión, resulta que en la ruta por Cabrales lancé una pregunta a nuestro guía Manolo sobre si él creía que era posible volver a crear economías duraderas en el medio rural (lo cual, a su vez, exigiría volver a diversificar la producción local y crear explotaciones sostenibles) y su respuesta fue coincidente con mi creencia intuitiva: para conseguirlo sería necesario cambiar el modelo económico actual y para ello resultará esencial contar con la voluntad y el convencimiento de los consumidores.
La Unión Europea y diversos estados europeos se han llenado la boca estos últimos años con el concepto de «nuevo modelo económico». ¿En qué consistió hasta ahora? Pues en subvencionar la investigación en coches eléctricos, en diseñar edificios sostenibles y en implantar nuevas tecnologías en el medio rural. No discuto que esas medidas pueden contribuir, pero me temo que, si no empezamos desde abajo a construir una sociedad que realmente vea la necesidad de cambiar sus hábitos de consumo y su comportamiento, no notaremos la diferencia, porque, en mi opinión, el modelo tradicional de crecimiento está agotado y ésa es la base principal de nuestra crisis.
En Asturias tenemos la suerte de tener todavía cerca de nosotros un modelo ideal: el de nuestro maravilloso medio rural. Ya sé que no podremos volver a ser todos campesinos o a vivir sólo del medio rural, pero reflexionemos sobre los modos de pensar y de hacer las cosas de hace unas décadas, impulsemos y valoremos esta riqueza natural y social que tenemos, protejamos y ayudemos a nuestros agricultores y ganaderos, porque son la herencia de lo que somos y hemos sido y el mejor aval para nuestro futuro.
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