¿Dónde se esconde la humildad?
A raíz de las polémicas declaraciones del futbolista del Real Madrid Cristiano Ronaldo donde se definía como un guapetón, he empezado a preocuparme cuando una extraña pregunta apareció en mi cabeza: ¿A partir de qué momento uno debe considerarse una persona humilde? Si me atrevo a basarme sobre la definición de la palabra humildad que da la Real Academia Española (virtud que consiste en el conocimiento de nuestras limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento), es una inmensa alegría para mí, darme cuenta y sin pedir o tener la opinión de nadie, que la mayor parte de las personas con la que convivimos son humildes por reconocer algunas debilidades suyas, tal como llevarse vestidos caros, mirarse siempre en el espejo situado en el pasillo de casa antes de salir fuera, comprarse un coche de marca, etcétera. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas como lo estoy describiendo, puesto que realmente en nuestra sociedad actual (que sean por los medios de comunicaciones, por las calles, por las sidrerías, etcétera.) todo lleva a entender o a creer que el sentido de la humildad no es en realidad lo que ha escrito la Real Academia porque la gente lo ve distinto. Hoy, en nuestra sociedad, es difícil de entender que la Real Academia Española haya dado razón a ese chulo de Cristiano Ronaldo por ser humilde cuando reconocía abiertamente que es guapo, rico y bueno. Así que, para algunas personas, no corresponde a uno el reconocer su propia humildad, sino a la gente, lo cual al observarte se encargará de anunciarla a los cuatro vientos. Aquí, en nuestra sociedad, está de moda el eufemismo o sea la manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante. Por lo tanto para algunos, que suelen hacer uso de ese tipo de figura de estilo lingüístico, son humildes: es el caso de su excelentísimo don Pep Guardiola que es un genio en el uso de eufemismo (que nadie lo dude, os lo ruego pero hasta ser, por eso, humilde, confieso que es otra canción). Para otros, la práctica de la humildad corresponde sólo a una minoría de personas que profesan un credo religioso.
¡Menuda pirueta nos está dando esa humilde palabra de ocho letras!
Lo bueno de todo esto es que la humildad es, sin ninguna duda, un elemento de la libertad y como tal va parejo a ella. El hecho de ser humilde o no, no debe considerarse algo dramático puesto que lo esencial, es no olvidar que nuestra sociedad está formada por un conjunto de ciudadanos diversos y diferentes. Por lo tanto, no debemos ser tan exigentes con los demás, como lo somos con nosotros mismos, intentando buscar la perfección.
La imperfección de nuestro mundo nos hace pensar lógicamente que la libertad de uno siempre se para donde empieza la del otro.
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