Mierda de campaña
Drôle de guerre (guerra de coña) llamaban por ahí arriba –como ustedes saben hasta por los fascículos y coleccionables recurrentes–, a los primeros meses inanes de una II Guerra Mundial declarada, pero no sustanciada. A diferencia de aquel engañoso oasis de inacción, en nuestro país llevamos ya meses de campaña electoral no declarada, con un Gobierno interino hasta la chanza o la náusea, y con un candidato gobernante oficial en gris oscuro que, entre mohines de falsa virginidad y demás recursos de la impostación para desmemoriados, dicta alocadamente, incluso al Gobierno del que formó parte durante milenios, ocurrencias, doctrina y normas peregrinas, un día sí y otro también. Y todo ello bajo la vergonzosa esperanza o tutela palo y zanahoria –de un terrorismo falaz y falsariamente pseudodomesticado si no asumido o entronizado– que, si ahora no toca que nos obsequie con una matanza indiscriminada o con un oportuno atentado selectivo, lo hará con la amenaza del elocuente chiste de la consulta: ¿a que vamos a ser buenos chicos y no nos vamos a hacer daño, verdad doctor?
Mierda de campaña, y mierda de otras muchas cosas.
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