La Nueva España » Cartas de los lectores » Ojiplático una vez más

Ojiplático una vez más

13 de Octubre del 2011 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

A veces, muchas veces, tengo dudas de que yo sea de este mundo, de lo que no me cabe ninguna duda es de que no estoy en él. Hace trece años que lo dejé y, ahora mismo, que la evolución del medio humano ha superado la velocidad de la luz, y probablemente hasta la de los neutrinos, trece años son muchos años. De ahí que, ante lo que veo, oigo o leo, se me suelan quedar los ojos como platos.

Hoy he ido a comprar un espejo de 150 X 40, centímetros, naturalmente. Soy uno de esos tipos que digo yo que posiblemente estén en vías de extinción que nunca ha recurrido a ningún profesional para solventar cualquier problema o quehacer de índole doméstico, sea de electricidad, fontanería, pintura, albañilería... lo que sea, yo me arreglo. Y, desde luego, no se me pasa por la cabeza el llamar a alguien para poner un espejo en la puerta de un armario, porque hasta da la casualidad de que hubo un tiempo, ya ha escampado desde entonces, en que me desempeñé como vidriero.

Pues bueno, fui a una empresa del ramo que ya existía en mis años mozos, competencia de la que a mí me empleaba. Me encuentro con una muchacha sentada a un escritorio tras un pequeño mostrador.

- Quería un espejo de 150 X 40.

- Bueno, tendrá que ser para mañana.

- ¿No hay nadie que lo pueda cortar ahora?

- Sí, pero, claro, hay que pulirle los cantos

- No quiero que le hagan nada. Cortármelo a la medida y nada más.

- No se puede porque se va a cortar, hay que pulirle

- No te preocupes, si me corto es cosa mía

- No, no, que se va a cortar, que es imposible que no se corte, que no se da cuenta cómo queda, que queda como un cuchillo, y después la culpa es mía

Se convierte aquello en algo así como un diálogo para besugos. No hay forma de convencerla de que puedo coger el espejo y salir indemne del trance, y no me apetece presentarle mi currículo. Trato de rematar diciéndole que soy masoquista y que disfruto viendo correr mi propia sangre, que no se haga ningún problema.

Logro convencerla después de un avatar que no ocuparía menos de cuatro o cinco folios y se va entonces a ver si el empleado puede cortar el espejo. Porque ella no cree que pueda. Reaparece dándose la razón. ¡El empleado está solo y no carga peso!

Vamos a ver, 15 x 4 x 0.03 x 2,6 ¡CUATRO KILOS SEISCIENTOS CINCUENTA GRAMOS! Pongamos que lo tuviera que sacar de una pieza del doble de tamaño, 10 kilos. ¿El empleado no está dispuesto a, durante unos segundos, transportar hasta la mesa de corte diez kilos de peso?

Ojiplático me quedé y sin comentarios estoy.

Tenía yo por entonces 16, 18 años y movíamos, entre dos, a mano pelada, cogiendo uno por un borde y otro por el opuesto, lunas de más de 60 kilos. Y los cortadores pedían auxilio para echar en la mesa las láminas de vidrio cuando el ancho excedía con bastante el largo de su brazo, pues si esto ocurría, de hacerlo uno solo, era muy probable que se rompiera al echarla.

Busti puti, ¡cómo cambiaron los tiempos! Esta exclamación hace el efecto de hilván espontáneo con otro momento de mi vida laboral. Me pilló el desempleo en mitad de un salto entre chófer particular y obrero metalúrgico y, de traje, corbata, y colonia Varón Dandy, pasé a indumentariarme con ropa para tirar después de trabajar, debido a la peste que cogía y que hacía que más de uno de los que querían echarle pichón a preparar y cargar pesados fardos de pieles de vacuno, apiladas extendidas, con sal, nada más despellejar al animal y almacenadas durante dos años, no pudieran contener los vómitos y tuvieran que renunciar al trabajo apenas comenzado. Yo resistí la temporada, no recuerdo si dos o tres meses. Tenía que trabajar. Le mentí a la muchacha de la cristalería, no soy masoquista, no lo he sido nunca, no me gusta tragar mierda, romperme el lomo ni deshidratarme subiendo interminables escaleras con todo el peso que podía, porque ni agua había en el tajo. El trabajo, cuanto menos físico mejor, pero, si no era el que quería, realizaba el que podía allá donde fuera.

Hobo un momento, ya vigente el subsidio de desempleo, en que no tuve duda de que la empresa en la que trabajaba iba a cascar. No eran buenos tiempos para conseguir un puesto de trabajo y ¿yo cobrando por estar parado? Sin menospreciar a nadie, mas, para mí, esa era una posibilidad absolutamente negada. De manera que cogí el hatillo y me fui a enjuagar el sudor laboral a la cuenca de un gran río suramericano.

La productividad de la economía española sitúa a nuestro país a la cola de los países más industrializados, dicen los estudios al respecto.

El deseo de desempeñarse como contador de nubes tumbado en una hamaca no es ni mucho menos privativo del Atila de nuestro tiempo y país. Qué va. Las clases más determinantes, políticos, empresarios y trabajadores, en cuanto tienen ocasión, roban todo el tiempo que pueden a su ejercicio laboral para ir haciendo prácticas y llegar bien entrenados al ansiado momento de ejercer de contador de nubes de pleno derecho; pudiendo, si así les apetece en ese momento, compatibilizar esta tarea con alguna otra sin exigencia, entretenida y bien remunerada. Para ello los políticos crean su propio e ideal caldo de cultivo, de lo más nutritivo y sin dieta alguna que lo restrinja. Los empresarios buscan la fórmula para sacarle el mayor jugo posible, y de la forma más barata posible, al trabajador. Y el trabajador trata de convertirse en un Messi laboral haciéndole regates inverosímiles al curro.

Existen otros colectivos claramente diferenciados por su actividad: los estudiantes. Que supuestamente se dedican a eso, a estudiar, pero que, dada la formación que llegan a obtener, parece que sin mucho empeño, pues por supuesto no son ajenos a la pasión nacional por el escaqueo, aunque sí es verdad que su actividad lúdica no es la de hacer prácticas contables con las nubes; a ellos les tira otra afición, de momento la contabilidad de nubes la dejan postergada para después de la graduación. Y, clase aparte, los sindicatos en todos sus estratos. Esta gente no es que haga prácticas hurtando tiempo al ejercicio de su función laboral, no, qué va, ellos ejercen de cuenta nubes, al mismo tiempo que utilizan la tecnología de comunicación para montárselo como es debido, ¡y! ocasionalmente, si alguna de las nubes que observan dificulta la visión de una subvención, convocan al personal para, a base de gritos y pancartazos, espantar de su cielo los sombreantes retazos. O te bajas de la mula o te la monto. Que ya tenemos establecidos el programa de cruceros y el circuito gastronómico para los próximos doce meses y no nos gusta andar apretados de pasta.

Esta idiosincrasia trae consigo la subsiguiente desgrasia. En esa estamos los que en esta ¿nación? nos encontramos.

Cartas

Número de cartas: 46053

Número de cartas en Septiembre: 157

Tribunas

Número de tribunas: 2086

Número de tribunas en Septiembre: 8

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador