Políticos prehistóricos
Son aquéllos que, desde la Transición, siguen ocupando cargos oficiales –a dedo o por votación– en las distintas administraciones del Estado, ya sean a nivel nacional, provincial o local. Es como si en los distintos partidos políticos, de izquierdas o derechas, no hubiera otros más válidos que ellos, sobre cuya valía habría mucho que hablar. Sí, porque, por lo general, no se designan por su capacidad, preparación o méritos, sino que amiguismo u otros intereses bastardos. Así se ha demostrado en una interplanetaria y «cónyugue» ministra. Hay excelencias, señorías y ediles que están ya más vistos que el TBO. Se repiten en las elecciones, o bien pasan luego a ocupar otros cargos políticos que los partidos crean para ellos. ¡Y qué vidorra se pegan los cuitados! Quién los ha visto y quién los ve. No hay más que ver cómo eran algunos cuando aparecieron al producirse el cambio político, qué pelaje y qué pinta tenían, y ahora viven y visten lujosamente, tienen Visa de oro y bien forrado el riñón. Hala, ¡viva la Transición!
No hace falta dar nombres de estos prehistóricos políticos, porque a todos nos son conocidos. A diario los vemos en todos los medios mediáticos, siempre con la misma cantinela verborreica, como marionetas del guiñol de sus respectivos partidos, los cuales, los dos principales –que son los que se lo guisan y se lo comen todo–, mueven sus hilos desde Génova y Ferraz. Estos ejemplares, que proceden de la Atapuerca política carpetovetónica –algunos, metidos en puercos asuntos de chupe y mamandurria–, evitan y cortan el paso a políticos jóvenes, competentes y verdaderamente preparados, tanto de derechas como de izquierdas, que puedan cambiar por completo la grave situación económica y política que vivimos. Pero, lamentablemente, el 20 de noviembre, los prehistóricos y atapuercos políticos de siempre seguirán llevando a Celtiberia, cada vez más, a su total ruina y desintegración territorial. Esto ya se vislumbra en Cataluña.
De su Atapuerca no debieran haber salido estos políticos, que son un desprestigio para España y también para sus propios partidos.
Ricardo Luis Arias, Aller
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