Despedida al cura de Sietes
Hace unos días, los feligreses de San Emeterio de Sietes tuvimos ocasión de participar, con los del resto de parroquias en las que desempeñó su ministerio en los últimos ocho años, en la ceremonia de despedida del párroco don Adolfo Álvarez Sánchez.
Una ceremonia emotiva, pero sobre todo solemne y brillante, como todas las que, desde su arraigada fe, siempre le gusta celebrar. Fueron casi 105 minutos de celebración, todos ellos intensos, llenos de contenido, de ferviente gozo para cualquier cristiano.
Así es don Adolfo, y así, con esa intensidad, nos ha sabido transmitir su fe. Nosotros, con nuestros defectos, habremos sabido captar el mensaje, o quizá no, quizá nos hayamos quedado en otros detalles más superfluos: en lo humano, con todos sus errores. Los errores de lo humano. Los suyos, muchas veces, habrán sido fruto de los nuestros.
La primera vez que escuché un sermón suyo, hace años, en la parroquia de Santolaya de Cabranes, descubrí que era un sacerdote brillante. En su faceta de gestor he conocido sus limitaciones en cuanto a medios, no en cuanto a capacidad.
En lo que a la parroquia de Sietes se refiere, a pesar de todas esas limitaciones, concluyó con éxito su ministerio, en lo espiritual y en lo material, y es justo decirlo, alto y claro: ¡Gracias, don Adolfo!
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