5.000 en el Niemeyer, Ana Obregón y yo
El domingo servidora estaba trabajando. Tengo testigos. Si no hubiera sido así, habría ido a la manifestación a favor del Niemeyer.
En algunos corrillos se habla de dos tipos de personas allí presentes: los hosteleros y los simples ciudadanos de a pie de la villa (ingenuos éstos por definición según los valientes intelectuales de estos foros). Por deducción simple me encuentro entre los segundos.
Reconozco mi escepticismo inicial cuando se inflaba la carpa redonda a modo de molde para el huevo frito definitivo. Cada vez que la veía me recordaba aquel circo metido a presión dentro de la Monumental de Barcelona los domingos sin toros. Por cierto, concepto de «optimización de recursos»: si ya no hay toros se hincha una carpa y se pone un circo o un museo, tomemos nota.
Este verano Avilés empezó a parecerme otra vez como cualquier villa marinera del Atlántico, con sus turistas armados de cámaras y callejeros, chubasquero en ristre y ganas de comer algo típico. Los hoteles, a tope. Las terrazas, llenas de gente no fumadora. Los hosteleros, algo más contentos. Los camareros, amables a tope. Los perroflautas, más flipados. Las gaviotas, más gordas. Las tiendas, más abiertas. Las matrículas de los coches, más raras. Los parkings, más llenos. Los taxistas, el pulso optimista de la ciudad. Las calles, más limpias. Los niños, muchos más niños.
El Niemeyer es precioso. Simple.
Hay que ir dentro para verlo, claro, zapatearlo, entrar en «La luz» de Saura y dejarse llevar. O acomodarse en su cine y dejarse envolver por aquel ambiente. O ir a protestar a la sede en palacio Valdés (por aquel involuntario «overbooking» cuando la première de Woody Allen) y ser recibido en el acto sin conocerte de nada por un amable y resolutivo D. Joan...
Ahora que vayan y se atrevan a hundirlo, con toda la inversión material, profesional y personal de tantas personas que desde un principio apostaron por hacerle el boca a boca a un Avilés agonizante.
Eso sí, que den la cara antes del 20-N, a ver si los hay...
Me llama una amiga el domingo, que «a ver dónde me he metido que no estoy en la manifestación...».
Respondo que «en el tajo» y me contesta textualmente: «Ay, hija, en este país sólo trabajáis Ana Obregón y tú...».
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