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«¿Viste el fantasma?»

23 de Octubre del 2011 - José Ramón Rodríguez Fernández (Oviedo)

El viernes 19 de agosto acudí como de costumbre a un quiosco cercano para adquirir LA NUEVA ESPAÑA. Cuando yo entraba por la puerta del establecimiento, salía del mismo un vecino y compañero de escuela con «El País» en la mano, en cuya portada aparecía Benedicto XVI con un sombrero de paja en su cabeza que le habían regalado unos jóvenes hondureños. Dicho vecino, apuntando a la imagen del Papa, me dijo: «¿Viste el fantasma? Éste es un zorro». Esta frase me dejó impresionado y es el motivo por el que quiero ahora hacer dos pequeñas reflexiones.

La Iglesia católica, encargada oficialmente por Jesús de enseñar su doctrina, siempre ha tenido serias dificultades para hacerlo, unas veces de carácter interno y otras externo. Aunque ha cambiado y mejorado mucho, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, a cuya clausura tuve el gusto de asistir el 8 de diciembre de 1965, tiene aún importantes pasos que dar para transmitir con fidelidad y entereza el mensaje cristiano. Pienso que lo fundamental de este mensaje sigue sin ser comprendido tanto a nivel personal como social.

Esta Iglesia sigue aún bastante distante y alejada de los ciudadanos, a pesar de las muchas y buenas obras que ha realizado por todo el mundo a lo largo de su historia. Los actos litúrgicos y esas grandes manifestaciones de culto, procesiones de Semana Santa, etcétera, deben cambiar radicalmente y ser sustituidos por otro tipo de encuentros más naturales y familiares que digan algo.

Esos atuendos y ropajes extraños que ya nada aportan tienen que ir desapareciendo, pues dejan atónitos y perplejos a muchos ciudadanos y, en especial, a los jóvenes. La predicación y, en particular, las homilías tienen que ir al grano y estimular más al creyente, pues muchas de ellas están llenas de vaguedades y cargadas de frases y expresiones que ya nadie entiende.

Da la impresión a veces de que ese Dios hecho hombre que vivió con nosotros durante un tiempo es más bien un marciano que un ser humano, y así los cristianos vivimos como si fuésemos hijos únicos de ese ser supremo, más pendientes de la herencia eterna que de otras cosas.

Nos olvidamos de que tenemos muchos hermanos con los que hay que convivir, tratando no sólo de llevarnos bien con ellos, sino intentando hacerles todo el bien que podamos para que sean felices.

Tenemos que estar al lado de los ancianos, los enfermos, los deprimidos, los encarcelados, de las víctimas del terrorismo, de los separados, de los que viven solos, de los emigrantes, de los pobres, de los desempleados, de los que no conocen la paz porque siempre han vivido en guerra y, en general, de todos los que de algún modo sufren.

Si los cristianos, que a diario rezamos el «Padre nuestro» suplicando que llegue a nosotros su reino, no hacemos nada para que éste sea una viva realidad aquí y ahora, no es extraño que alguien pueda estar pensando que somos unos fantasmas e, incluso, unos zorros.

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