¡Qué buenas personas!
El pasado domingo 31 de julio, al mediodía, mi madre llama alarmada a mi hermana Ana. Acababa de llamar al 112, pues notaba una gran fatiga. Mi hermana se dispone a coger el coche, junto a mi cuñado, pero ese preciso día se celebraba el espectáculo aéreo de la Patrulla Águila e intentar salir del Náutico en cualquier dirección era misión imposible. Mi madre vuelve a telefonear. Seguía esperando al médico, pero ya no podía respirar. Mi hermana echa a correr desesperada hacia la parada de taxis de la plazuela San Miguel. La parada, desierta; el taxi al que llama, que no llega. La angustia era tremenda y, sin dudarlo, se planta en medio de la carretera y decide intentar parar un coche. Milagrosamente, una pareja para y se ofrece sin dudar un momento a acercarla a casa de mi madre, pañuelo blanco por la ventanilla e insuflándole ánimo en todo momento. Casualmente, el chico había vivido en el Polígono de Pumarín y conocía perfectamente la dirección. Mi hermana, desgraciadamente, no recuerda el nombre de esas dos personas con mayúsculas. En estos tiempos en que lo impersonal y la desconfianza imperan, se agradece enormemente que siga habiendo buenas personas que ante una emergencia acudan diligentes a auxiliar a quien lo necesita. Nuestra madre, que se encuentra ya mucho mejor, y sus tres hijas, entre las que me incluyo, pero especialmente mi hermana Ana (en cuyo nombre escribo esta carta) quieren agradecer a esta pareja lo ya relatado. Los datos de contacto de mi hermana están en disposición de esta sección. Le encantaría darles las gracias personalmente.
Mencionar, por último, que el equipo médico de guardia en el C. S. de El Llano (el médico se llamaba Roberto) atendió muy diligente y cariñosamente a mi madre en el domicilio, antes de ser conducida al Hospital de Cabueñes. ¡Qué gusto dar con gente de esta clase y categoría humanas! Gracias. Gracias. Gracias.
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