La osada Isabel
Solicito que este escrito sea publicado en el mismo soporte en el que se publicó la carta de doña Isabel González Fernández-Argüelles críticando mis opiniones.
Yo no quería llegar a esto, pero ya que insistes.
Tengo para mi, querida Isabel, que el desenlace de ese noviazgo tormentoso con un tipo machista al que tú has aludido en alguna ocasión, te dejó un poco desequilibrada emocionalmente. Sólo es una opinión, por lo tanto, susceptible de equivocación.
Tienes una rara habilidad, seguramente marcada por esa funesta experiencia, para meterte en jardines a los que nadie te ha invitado, pero a los que tú solita te arriesgas.
Tu osadía es tan grande que te atreves con todo: defiendes al prójimo de tu misma cuerda política sin que éste te lo haya pedido, te metes con cualquier colaborador porque defiende una opinión contraria a la tuya, pones tu vida sentimental pasada en prensa sin un mínimo recato, hablas de tu condición física como si ésta fuera de interés nacional, sentencias y afirmas con la clarividencia del necio, eres obstinada en la maldad y, por si esto fuera poco, pretendes, además, evitar el derecho que todo ciudadano tiene a expresar libremente sus opiniones. En fin, que eres una joya, adalid de la libertad de expresión. La mezcla más genuina y paradigmática de intransigencia y lagotera.
En cuanto a tu estilo literario, no estoy seguro, pero me parece pertenecer al aticismo desnudo con pequeñas dosis vesánicas, nada grave. Desnudo de recursos estilísticos. Desnudo de elegancia en las formas. Desnudo de interés. Desprovisto de agudeza irónica. Haces buena la publicación más insípida y te dan cuerda gracias a pertenecer a un partido político, organización que te llevó de bulto sospechoso en las listas locales. En definitiva, no eres nadie, solo produces indiferencia. Despierta de ese estado onírico en el que te ves revestida de los valores de Agustina de Aragón y dedícate, si es que puedes, a editar algún trabajo profesional.
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