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Una archivera de vocación, Blanca Álvarez Pinedo

7 de Noviembre del 2011 - Agustín Hevia Ballina

Agustín HEVIA BALLINA

Archivero de la Catedral y director del Archivo Histórico Diocesano de Oviedo

Misión y signo de los archiveros es pasar desapercibidos y, como una nota de cultivo continuado, la suma capacidad para desarrollar una actitud de servicio a los investigadores. De siempre se nos ha dicho que el lema de los archiveros fue formulado por Virgilio, hablando de la acción laboriosa de las abejas: «sic vos, non vobis»: «un sí intenso de presencia servicial, pero no para vosotros», estando de pleno su actividad al servicio de los demás, nunca para satisfacción personal.

La noticia saltó como tímidamente a los medios de comunicación: ha sido concedida la medalla de plata de Asturias a doña Blanca Álvarez Pinedo, archivera ejemplar de Asturias. Como siempre ocurre en la Administración, se llevaba a cabo el reconocimiento más que debido a la labor de una persona, probablemente entre aquellas a quienes más debe la memoria de Asturias. Al conocer tal noticia, me vino a la memoria el «quamquam sero», «aunque bien tardíamente» agustiniano, puesto que ya habían pasado más de quince años desde su jubilación. Pues sí, «aunque bien tardíamente» llegaba la llamada oficial del consejero de Cultura, arribado a su parcela con otras loables sensibilidades, con otras concepciones de lo que es la cultura. ¿Por qué recónditas gavetas había venido cubriéndose de polvo el expediente de doña Blanca, que, al fin, llegado al puerto de la concesión de la medalla de plata, venía a saldar una deuda impagable con quien recibía el marchamo oficial llena de profunda humildad?

Me supieron a gloria tu sencillez y tu bonhomía, Blanca amiga, copartícipe de una vocación archivera hasta los tuétanos, al manifestar que te habías quedado «pasmada pero encantada», compartiendo con los tuyos más íntimos lo que se traducía en «una fiesta de alegría». Y como si te pareciera demasiado el reconocimiento, le quitabas importancia con tu expresión de humildad: «me satisface que haya un reconocimiento a mi trabajo, pero también siento que hay mucha gente que se lo merece». Conociéndote de cerca, uno sabe que no es falsa humildad, ni son palabras de cumplimiento, sino que eres así, doña Blanca, toda sencillez y toda regusto de familiaridad.

Doña Blanca, la archivera del Histórico Provincial

Así se te conocía en el ámbito de los investigadores, hasta dejándote en el tintero, que ese Histórico Provincial representaba un archivo, que había arribado, después de variadas vicisitudes, al ala oeste del monasterio de San Pelayo y os esforzábais por darle fisonomía de una lugar para la investigación, para la consulta de los documentos de nuestro pasado, para que aflorara del archivo una memoria viva, que fuera mucho más allá de un simple almacén, de un simple depósito de fondos archivísticos, de papeles, a veces en condiciones deplorables. Lo querías un archivo acogedor, hasta risueño entre la seriedad y la sobriedad de los ámbitos monásticos, que os daban cobijo. Como si os colaborara a dar reviviscencias monacales a aquel recinto, que tanto las sugería, hasta una religiosa benedictina colaboraba en el Provincial, llevando a término allí al «labora», que completaba el lema de la «Sancta Regula», con el «ora» de la capilla y de la iglesia monástica.

Sería curioso analizar la simbiosis de monaquismo y archivística en aquel entrañable recinto, donde tantas vivencias del pasado floraban por sí mismas, sin otros esfuerzos que las potenciaran. Había un clima familiar de intercomunicación

Subtítulo: A propósito de una medalla de plata de Asturias muy merecida

Destacado: Doña Blanca llegó a Asturias desde su Villanueva de Córdoba y se integró en Asturias, se hizo identidad asturiana, aquí formó su hogar, sin que pueda soslayar el gran recuerdo para su esposo Paco

Destacado:Las instalaciones no eran las adecuadas: había limitaciones presupuestarias, que no eran las más boyantes de la Administración, por supuesto, pero se hacía lo que era posible y las posibilidades estaban limitadas, cuando no cercenadas de raíz, porque había que ser parcos en las aspiraciones, aunque derrochadores en amabilidad

Llegada a Asturias desde su Villanueva de Córdoba, donde vio la luz primera en 1931, vino a hacerse una con la mismidad de Asturias, haciéndose tal con la custodia de nuestra memoria. Que eso viene a ser en efecto la profesión del archivero: custodio de la memoria. Identificaron los griegos la memoria con la diosa Mnemosine, hija de Urano y Gea y hermana de Cronos y Rea. Sería curioso analizar la simbiosis existente entre monaquismo y archivística, en aquel entrañable recinto donde tantas vivencias del pasado afloraban por sí mismas, sin otros esfuerzos que las potenciaran. Había un clima especialmente familiar de intercomunicación, de cercanías y afinidades compartidas, de alegrías convividas, cuando un dato afloraba entresacado de mil recovecos, cuando la historia y la memoria hallaban concreción en los papeles celosamente custodiados por la archivera. Aquel ámbito de la tercera planta se llenaba de expectativas, cuando un nuevo investigador se incorporaba al archivo y llegaba con no sé cuáles vividas ilusiones de llegar a donde otros no habían llegado en prosecución de la noticia o de los datos fehacientes de aconteceres históricos.

Las instalaciones no eran las adecuadas: había limitaciones presupuestarias, que no eran las más boyantes de la Administración, por supuesto, pero se hacía lo que era posible y las posibilidades estaban limitadas, cuando no cercenadas de raíz, porque había que ser parcos en las aspiraciones, aunque derrochadores en amabilidad, en servicio atildado, en capacidad para la acogida, que son dotes, que dicen bien a quien tiene responsabilidades de archivero. Había que ayudar a encauzarse a los noveles, a los bisoños, por así decir, de la tropa de investigadores. Si la «vestigatio» o «investigatio» es un seguimiento en pos de la pieza de caza, que ansía alcanzar el investigador, al buen archivero le compete el levantar la presa, para que otros saquen el correspondiente provecho, se beneficien del gozo del hallazgo, alcance la meta de sus aspiraciones.

De todo esto y de mucho más supo bien doña Blanca, la archivera del Histórico Provincial, porque ella era archivera de vocación, de entrega, de generosidades sin medida. El archivero ordena y clasifica los documentos, los pone al alcance del investigador, que obtiene el fruto, rehace la historia a través de los miles de teselas -de papeles- que permiten rehacer el mosaico, que un día fue la vida misma.

Doña Blanca llegó a Asturias desde su Villanueva de Córdoba y se integró en Asturias, se hizo identidad asturiana, aquí formó su hogar, sin que pueda soslayar el gran recuerdo para su esposo Paco, quien se asomaba a otro archivo para llegar a la médula de lo asturiano, el de la Delegación de Hacienda. Eran como dos concreciones de servicio, de índole vocacional compartida, dos vidas aunadas por el fruto de sus hijos, por las ilusiones compartidas, dos vocaciones de servir, sin buscar nunca ser servidos.

Para nuestro Paco el cálido recuerdo de una amistad y de unas aficiones compartidas.

Rezo muchas veces por él, como rezo siempre por los que fueron colegas de esta dedicación hermosa, que es la del archivero.

Leo las palabras de Conchita Paredes Naves, la directora-sucesora de Doña Blanca en el nuevo Archivo Histórico de Asturias. Suerte que has tenido, amiga Conchita, de tenerla por maestra, con ese saber comunicar de ella, que lo hacía haciendo que apareciera más la discípula, que resultaste, en verdad, sumamente adelantada, con prioridad a la maestra misma. Has sabido ver su vida profesional, como «larga y fructífera». La trayectoria de doña Blanca, la archivera ha sabido realzarla como nadie. La hoja de servicios de doña Blanca pasa por archivos de renombre: el Histórico Nacional, el de Indias, el de Santander, siempre con ilusiones renovadas. Es hermoso que la vincules tan intensamente a la Historia de los Archivos de Asturias, con nombres tan sobresalientes, como Ciriaco Miguel Vigil, Sor Guadalupe de la Noval, Raúl Arias del Valle o Palmita Villa, nombres vinculados en su buen hacer a la conservación de la memoria de Asturias.

Poco puedo añadir, querida Conchita, a tu columna de LA NUEVA ESPAÑA. A mí sólo me queda dejar constancia de una amistad de años; de una admiración por su dedicación de servicio a través de lo que siempre será el Histórico Provincial, porque, sabiendo que a su frente estuvo doña Blanca, ya nadie puede dejar de referirse al Archivo de la memoria de Asturias, del que doña Blanca supo ser ante todo la archivera. Y queda dicho todo.

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