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Doctor Víctor Lucas Hurlé (la vida en abundancia)

25 de Marzo del 2009 - Javier Sangro de Liniers

Hace ahora un mes que falleció en su ciudad natal, Oviedo (ya no es tan “bostoniana” como antes, solía decir), el doctor don Víctor Lucas Hurlé, Viti para sus muchos amigos y para mí, su yerno. Ocurrió el pasado 25 de febrero, Miércoles de Ceniza. Apenas le dio tiempo a sentir, a oler, esta nueva primavera que acaba de explotar, intensa, tibia, prodigiosa. Dios se lo llevó súbitamente hacia la tierra (“yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas”) y sobre ella se desplomó sin ruido ni aspavientos, sin molestar a nadie, tal y como siempre había vivido. Iba caminando por la calle a reunirse con sus amigos, como cada día, a compartir con ellos su vida y su palabra.

Murió muy cerca de donde había nacido (después de tantas vueltas), como en un gesto postrero de fidelidad a sus raíces, poniendo así un broche entrañable y telúrico al dilatado ciclo de sus 87 años de vida.

¿Cómo fue la vida de Viti Lucas? Yo creo, modestamente, que fue feliz y abundante. Médico de profesión, cirujano del aparato digestivo, tras su carrera en Valladolid cursó estudios de especialización en París y durante muchos años fue un reconocido experto en el tratamiento de malformaciones como la del labio leporino. En el ejercicio de la medicina, Viti Lucas fue siempre un profesional próximo y cariñoso, respetado y querido por sus pacientes, sobre todo por los más modestos, a los que atendía con especial afecto a cualquier hora del día o de la noche y de forma muchas veces desinteresada. Le gustaba la medicina, practicarla y hablar de ella: recuerdo cuando me llevaba a la vieja casona de su amigo el doctor Grande Covián en Luarca y las apasionantes conversaciones que allí mantenían.

Pero la vida de Viti Lucas no se limitó en absoluto a su trabajo como médico. Todo le interesaba, nada le amedrentaba. Resulta difícil en unos pocos párrafos inventariar el incontable número de disciplinas que le fascinaron y que abordó con la seriedad, la inteligencia y la destreza de las que estuvo dotado. Fue un hombre polifacético y renacentista. Lector empedernido, fue también un buen escritor, colaborador asiduo de LA NUEVA ESPAÑA y autor de un libro de relatos de bella factura (“Narraciones de historias y cuentos”), prologado por su también amigo y tocayo don Víctor García de la Concha, director de la Real Academia de Lengua. Con qué orgullo asistió Viti a la presentación de su libro por Ladislao de Azcona, en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA

Subtítulo: Se cumple un mes de la muerte del cirujano ovetense, a quien todo le interesaba y nada le amedrentaba

Destacado: Nunca podré olvidar su cariño, nuestras largas conversaciones, sus consejos siempre sabios y los viajes llenos de anécdotas divertidas y extraordinarias

También fue un prolífico pintor, fascinado siempre por los paisajes barrocos de su querida Asturias, que le inspiraron desde su juventud una elaborada técnica impresionista. Emilio Serrano, en el catálogo de la última exposición de Viti, decía con razón: “Hay, a mi entender, en su obra un acto de íntima veneración a la naturaleza”. Luego, cuando la edad le fue limitando las posibilidades de salir al encuentro del campo y del aire, la pintura de Viti fue adelgazando, centrándose en la elaboración obsesiva de bodegones con humildes objetos, tan despojados como los de su admirado Morandi.

Pero es que, además, Viti Lucas Hurlé fue también un magnífico pescador (por ejemplo, de salmón en el Sella); gran aficionado a la caza, que practicó hasta sus últimos años; patrón de yate (cómo disfrutaba a la caña de su querido velero, acompañado de sus hijos, por los acantilados próximos a Ribadesella); habilidoso encuadernador de libros; carpintero y ebanista (guardo en mi casa de Tereñes primorosos muebles fabricados por él); gastrónomo y experto en hongos, que cada otoño salía a seleccionar en “sus” bosques; amante de la guitarra, de la música clásica, de las motos; excelente fotógrafo y realizador de cine (admiraba a Kurosawa), disciplina ésta última en la que brilló elaborando, casi artesanalmente (una cámara de ocho milímetros y una moviola), preciosos y premiados cortometrajes; amante de los misterios del cosmos y del firmamento, que en las noches despejadas escudriñaba con su catalejo.

Este prontuario de asuntos que fueron llenando sus años, aunque parezca inverosímil, no es ni mucho menos exhaustivo. Viti siempre decía que “el aburrimiento es la peor enfermedad de nuestro tiempo: por encima de todo me gusta la vida, y la paso haciendo cosas”. Pero Víctor Lucas Hurlé fue mucho más que lo que hizo. Fue sobre todo una magnífica persona. Familiar, afectuoso, llano, independiente, tierno, vitalista, intuitivo, perspicaz y generoso, deja aquí en esta tierra de la que tanto disfrutó (al igual que del agua, del aire y del fuego) a su mujer, Guillermina (me viene ahora a la memoria el tango que bailaron el día en que celebraron sus bodas de oro), a ocho hijos, a diecinueve nietos y a tres bisnietos.

Y también me deja a mí. Nunca podré olvidar su cariño, nuestras largas conversaciones junto a la chimenea de su casa de Ribadesella (a veces me contaba sus experiencias de joven durante la monarquía de Alfonso XIII, o cuando la República y la Guerra Civil: todo un lujo), sus consejos siempre sabios, las cartas que me escribía a mis lejanos destinos, siempre tan atinadas y rebosantes de consuelo, los viajes que hicimos con su mujer y la mía, Ana Clara, por el Reino Unido, Bélgica, Francia, Holanda, Alemania, Marruecos o Argelia, llenos de anécdotas divertidas y extraordinarias.

La vida de Víctor Lucas Hurlé fue, como digo, rica y apasionada. Supo vivirla bien. Quiso mucho y mucho le quisimos. Nos dio su ejemplo y nos dejó su huella y su alegría. Fue, sobre todo, un hombre bueno. ¿Qué más se puede ser? Que ahora ya, y para siempre, descanse en paz.

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