Es lo que hay
De un tiempo para acá se escucha bastante la frase 'es lo que hay', recurso con aroma de impotencia y resignación utilizado para rematar o dar respuesta a interrogantes o conversaciones sobre situaciones que, aunque puedan calificarse como absurdas, improcedentes o insostenibles, tienen apariencia de ser irresolubles, de estar fuera del alcance de la ciudadanía. Si la especulación e inmoralidad son más rentables que la honradez y el esfuerzo, si la venta de artículos de lujo tiene un incremento sustancial cuando los bancos de alimentos son incapaces de cubrir las necesidades de una población cada vez más empobrecida, si factores como la capacidad y el mérito quedan relegados ante la adulación o el linaje y si protagonizar soeces y patéticos espectáculos televisivos reporta retribuciones impensables en el desempeño de profesiones necesarias e imprescindibles para el bienestar de la población, ¿no sería apropiado acometer una reforma estructural de valores y conceptos? ¿Es posible extender y elevar el nivel de calidad de vida en una sociedad que profesa el credo del todo vale, del tonto el último y del esto no hay quien lo cambie?
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