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30-O, horario de invierno

31 de Octubre del 2011 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas (Castrillón))

Porque ha llegado el otoño y tal como establece la normativa de la Unión Europea, desde el pasado domingo, a las 3 de la madrugada, nuestros relojes se retrasaron 60 minutos: a las 2. Este cambio significa que finaliza el horario de verano y debemos acomodarnos al de invierno.

Inducido por la crisis energética, que afectó a Europa en el año 1973, como medida de ahorro, cada octubre y cada marzo, asistimos a las mismas interpretaciones sobre el cambio estacional de la hora.

Un análisis realizado en su día por la Comisión Europea, para estudiar los beneficios e inconvenientes del cambio de hora reveló efectos positivos, en lo referente al ahorro de energía –poderosa razón en aquellos momentos por la que se tomó la decisión– y muy específicamente en el sector doméstico. Pues durante la fecha que tiene efecto el cambio de hora (últimos días de octubre, finales de marzo), tenemos un mayor consumo de iluminación, pero si seguimos el consejo del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía, apagando la calefacción por las noches e instalando doble acristalamiento en las ventanas, la economía energética puede resultar muy rentable.

En cuanto al sector productivo, la agenda laboral de los españoles se encuentra bastante alejada de la de algunos de nuestros vecinos europeos, pues mientras en la mayor parte de ellos la jornada llamada «normal» suele acabar en torno a las 5 de la tarde (e incluso a las 4 en pleno invierno), en España se puede prolongar implícitamente más de dos horas.

La organización del trabajo en otros países de la Unión Europea permite conciliar más fácilmente la vida laboral y la familiar. A la vez, se reducen los trastornos ocasionados por una mala distribución del tiempo como la falta de sueño, los desórdenes alimentarios y los psicológicos como el estrés y la ansiedad.

Nuestra idiosincrasia y particular forma de ser dificulta en muchas ocasiones poder seguir la regla del «triple ocho»; es decir, ocho horas para trabajar, ocho para dormir y descansar, y ocho para disfrutar del tiempo libre. Esta norma resulta más compleja de llevar a cabo en nuestro país ya que, independientemente de las ocupaciones laborales tan singulares, los compromisos sociales y de ocio, la gran mayoría de veces, se extienden más allá de las ocho horas.

Por todo ello, aún me sigo preguntando: ¿cuál es el área geográfica donde el supuesto ahorro es mayor y en cuál, incluso, inexistente? Pues me resulta difícil creer que afecte por igual a capitales situadas en los extremos de la UE, como pueden ser Estocolmo y Madrid. Y más difícil entender que el horario británico y el canario, entre otros, que ocupan idéntica longitud en el mapa, y no compartan el mismo huso horario.

Mas dejando a un lado los efectos negativos que pueden colisionar con la salud y los hábitos de las personas –aspectos que tienen especial tratamiento en otras secciones de LA NUEVA ESPAÑA–, personalmente valoro que no sería descabellado que las autoridades comunitarias, en conexión con las nuestras, se plantearan la posibilidad de asignar el huso horario que nos corresponde de acuerdo con la situación geográfica que ocupamos en el planeta Tierra.

José Antonio Gutiérrez G

Piedras Blancas

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