La cita del 20-N

3 de Noviembre del 2011 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Después de una larguísima precampaña, iniciada de facto desde el mismo momento en el que el presidente Zapatero anunciara la convocatoria de elecciones generales anticipadas, el pasado 29 de julio, entramos de lleno en la campaña que nos llevará hasta el día de reflexión, sábado 19 de noviembre, y, por fin, el 20 de noviembre, podremos ejercitar nuestro legítimo derecho al voto. Lamentablemente, y dado que la democracia no ha alcanzado plenamente a la legislación que, en estos momentos, regula los procesos electorales en España, nos tendremos que conformar con votar solo a unas siglas, o, lo que es lo mismo, a unas listas cerradas en las que figuran, por riguroso orden, los nombres pactados, o impuestos, dentro de las propias organizaciones políticas, sin que el sufrido ciudadano tenga la posibilidad de cambiar ni influir en nada. En definitiva, no podremos votar a nombres, solo a partidos. Es un hándicap, pero es lo que hay.

Se nos ha ido una nueva legislatura, quizás la más triste y nefasta, en base a resultados y consecuencias, de todas las de nuestra reciente democracia, en la que los españoles hemos perdido casi de todo, sin ganar prácticamente nada. El empleo, la economía, la educación, la sanidad, y hasta nuestro prestigio exterior, han sido profundamente dañados en este período, gracias a las erráticas políticas de unos dirigentes incapaces de conducir a un país de las posibilidades de España, en los difíciles momentos de coyuntura internacional por los que hemos pasado y aún estamos inmersos, por los caminos del progreso, el desarrollo y la auténtica modernización, mientras se dedicaban a despilfarrar dinero en proyectos tan importantes como el de la elaboración de un mapa de inervación y excitación sexual en clítoris y labios menores, entre otras frivolidades.

El próximo 20 de noviembre, los que hayamos sobrevivido al interminable aluvión de promesas, recetas más o menos milagrosas, críticas al contrario y todo tipo de reclamos tendentes a la captación del voto, o hayamos tenido la paciencia, o curiosidad, de leer las declaraciones de intenciones contenidas en los programas electorales de los partidos concurrentes, particularmente extensa en el caso del PP, tendremos la oportunidad de optar por uno de los modelos que nos ofrecen los dos grandes partidos con posibilidades reales de gobernar. Habremos de decidir si nos quedamos con lo malo conocido o lo bueno por conocer.

Frente a un candidato como Rubalcaba, que hace lo que puede, aunque no lo consiga, por desmarcarse de las políticas de un Zapatero al que le prestó su incondicional y decidida colaboración durante todos sus años como integrante de su equipo de Gobierno, en diferentes e importantes responsabilidades, y al que ahora aparenta no conocer, al menos a juzgar por sus declaraciones y manifestaciones, nos encontramos con un Rajoy exultante y hasta intentando parecer simpático, aunque esto tampoco lo consiga, seguro de que, con la que ha caído y la situación de excepción en la que se encuentra el País, el camino del Palacio de La Moncloa lo tiene más que expedito. Mientras que el candidato socialista tendrá que echar mano de todos sus argumentos, argucias y capacidad de convicción, sin reservas, y, aún así, puede que no sea suficiente, el popular cree que le bastará con seguir utilizando el viejo proverbio árabe que tan hábilmente viene aplicando: sentarse a la puerta de su casa hasta ver pasar el cadáver de su enemigo. Puestas así las cosas, parece que todo el pescado está vendido; pero, a pesar de ello, nunca se deberá despreciar la sorpresa.

Si las muchas encuestas de opinión elaboradas por los distintos medios, de una y otra tendencia, coinciden en dar una amplia mayoría a los populares, y, a la hora de la verdad, las urnas confirman estas impresiones, lo único que tendremos que desear es que el pueblo no se haya equivocado, ya que la situación de España no admite más experimentos. Dado que Rajoy es muy dado a decir que hay que hacer las cosas como Dios manda, y esperamos que en esto no vaya a equivocarse, a Él nos encomendamos.

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