Los embaucadores

9 de Noviembre del 2011 - José Antonio Coppen Fernández (Lugones (Siero))

Embaucar lleva implícito el arte de engañar, cuanto mayor capacidad se concentre para el ejercicio de la hipocresía y se disponga de verborrea, más éxito le acompañará en su aventura. De lo contrario, el embaucador se revelará como un impostor, hasta el extremo que puede llegar a anular sus propósitos. Por eso, su mejor definición es la que nos advierte que se trata de engañar prevaliéndose de la ingenuidad del engañado. Ahí es precisamente donde el embaucador halla el terreno abonado, en la ingenuidad y, además, en los focos de la ignorancia.

Es decir, estos siniestros personajes embadurnan normalmente sus mensajes con elementos que no se sostienen. No se privan de mentir, ya que tienen marcada inclinación mitómana (tendencia a la mentira y a la exageración). Y otro de sus rasgos es tratar de aparentar más de lo que son, deseo de resultar siempre encantadores, buscando el reconocimiento de su entorno. Así, por medio de la palabra, persiguen sus objetivos en el ámbito que deliberadamente eligen. O es el principal interesado en engañar, o ejerce de mero mensajero, ora mercenario, ora lacayo, o, también, como hacedor de prebendas. A menudo no es tanto el mérito de los embaucadores por la sonoridad de sus palabras e ideas como por la falta de información y criterio propio de sus destinatarios.

Al no ceñirse a la realidad de los hechos porque subrepticiamente sus intenciones son otras, el daño que puede infligir mediante el engaño al comportamiento ajeno debería de figurar en el catálogo de los pecados capitales. Cada vez que detectemos un embaucador, filtremos todas sus monsergas y comprobaremos que la mayor parte no cruza el umbral de la verdad. Con la particularidad de que si hacemos un seguimiento de su comportamiento no cumple lo que postula, hasta puede que camine por otros derroteros. Hay también por ahí muchos hipócritas, aunque vayan por la vida con el traje de la franqueza.

Hemos de ser mínimamente avispados para no caer en el estado propio de la candidez. Para ello, debemos de tener bien abiertos los oídos y los ojos de la mente y la boca cerrada para no ingerir el veneno que pretenden suministrarnos los astutos embaucadores. De esta manera no tendremos que lamentarlo. Ni que decir tiene que el astuto finge lo que no es o lo que no siente, porque la sinceridad no puede convivir con la astucia.

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