¡Españoles... ETA ha muerto!
Este titular, cambiando el sujeto, seguro que podría suscribirlo si hoy estuviera entre nosotros Carlos Arias Navarro.
Tres ridículas figuras ku-klux-klanescas, tres fantoches con la capucha blanca y una boina calada, con un fondo de serpiente enroscada en un hacha escondiendo sus vergüenzas detrás de un altarcillo cubierto con un mantel blanco –tratando de imitar a Jesucristo en la última cena, aunque con sólo dos apóstoles– y dirigiendo la mirada hacia una cámara de televisión, no pueden resultar más tragicómicos ni sombríos.
La imagen de los terroristas de ETA dando sus comunicados siempre me ha parecido bastante grotesca y hasta risible, si no fuera porque representan el terror y la muerte, no dejan de ser unos caricatos en el más peyorativo sentido del término.
Mientras las víctimas se hacen continuamente visibles, los asesinos siguen ocultando sus rostros. Y así, desde luego, es imposible pedir noblemente perdón.
Por supuesto que es una buena noticia para las personas de bien el anuncio de que ETA ha decidido abandonar definitivamente el uso de la violencia, y aunque una gran parte de políticos hayan lanzado las campanas al vuelo, la gran mayoría de los ciudadanos pensamos que estos descerebrados sólo están exteriorizando un cierto cambio de estrategia, de actuación. Ahora los activos de ETA se reciclan, y dicen que dejan de matar, pero seguirán ejerciendo en el Congreso de los Diputados, aunque en lo sucesivo tenga que ser bajo el filtro de Bildu, coalición que seguro va a obtener representación parlamentaria en las próximas elecciones del 20-N. De momento, en vez de bombas ya la han emprendido a tartazos.
Buena parte de nuestra vida hemos esperado este momento. Después del lamentable (y crecido en números económicos) circo de la Conferencia de Paz de San Sebastián, era de esperar un comunicado de ETA, ya que todo estaba preparado para celebrar esta liturgia con sus fieles y para presentarse ante la sociedad española como nuevos bautizados para la democracia, pero, eso sí, con su peculiar manera de entenderla. Y así ha sido.
Sin embargo, éramos muchos los que esperábamos otra diferente puesta en escena. Recuerdo aún aquella rueda de prensa de ETA-pm, en 1982, abiertamente, hasta con osadía en su desafección por el terrorismo ante el nuevo panorama que la Transición española les ofrecía. Pero no. Ahora no han sido tan valientes y han aparecido con la manoseada escenografía de la capucha y la boina puestas.
De momento, y digan lo que digan ciertos políticos, ETA es quien marca la agenda. Adecuada noticia es el que dejen de asesinar, pero no nos engañemos, la desobediencia de Bildu a ciertas leyes y el chantaje hacia los que no piensan como ellos, sigue existiendo en el País Vasco. Sólo la disolución irreversible de la banda con la entrega de todo el armamento y el arrepentimiento por tanto dolor causado en estos largos años de ejercicio de terror contribuirá a crear una auténtica convivencia pacífica.
Podemos equivocarnos, sí, porque los maniobreros encarnados en Bildu han tocado sillón, alcaldías, concejalías y hasta presupuesto, y ya se sabe que la funcionarización calma mucho los ánimos y es una eficaz arma contrarrevolucionaria.
Creemos que en este indulgente «impasse», que la ciudadanía debe ponderar, está permitido decir «agur» que, además de adiós, también en euskera significa hola.
Por ello, de momento, hombres y mujeres de ETA, sed bien llegados a la paz, a las urnas y a los tribunales.
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