Es por eso que

11 de Noviembre del 2011 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

Invocar la modernidad como panacea puede resultar un tic provinciano. Los señoritos de provincia, en su afán de estar a la moda, se pasan de modernos algunas estaciones. El terror a que los de la capital los tomen por paletos los lleva a la exageración y al ridículo. De toda evidencia estas consideraciones no son de aplicación a Juan Cueto Alas, una de las cabezas más cosmopolitas y viajadas de la "intelligentzia" astur e incluso nacional.

Pero se le activan a uno las alarmas oyéndole invocar la modernidad como un mantra en la reciente entrevista en LA NUEVA ESPAÑA (06.11.11). Y de la alarma se pasa casi al pánico cuando vemos que Cueto identifica la modernidad con el tinglado cultural montado por lo que él mismo llama el arecismo. Un tinglado caracterizado por el gigantismo y en el que el propio Areces se impone como la guinda del pastel con su presidencia vitalicia del Niemeyer. Puestos a ser modernos, ¿no le iría mejor a Areces la presidencia de honor de Venturo XXI?

Difícil lo tiene Foro de entrar (según le imputa Cueto) en el arecismo como elefante en cacharrería, cuando los consejeros y las consejeras de Areces parece que tenían la consigna de romper la vajilla todos los días y rivalizaban en no dejar un cacharro sano. La consejera Migoya sacándose de la manga, con premeditación y contumacia, una nomenclatura que todas las instancias judiciales declaran ilegal; o la modernidad de doña Mercedes en Cultura, dejando crecer los pinos en el tejado del Prerrománico, con zulos en la Campa Torres y destituyendo manu militari al creador del Museo de Grandas de Salime porque tiene un candidato que les gusta más (no se sabe si a ella o al alcaldín de Grandas); modernísimos el Consejero y la de les perres de Educación, saliendo por pies de la Consejería para entrar de cabeza en la penitenciaría.

Areces es un hombre afable que nunca buscó la pelea por la pelea. Vale. Pero está por ver si no pocos arecistas no buscaban la pela por la pela, vistos los sobrecostes que acompañan esta modernidad de Areces como la sombra al perro. ¿No es el propio arecismo el que dejó la gobernación del Principado patas arriba? Claro que la deconstrucción es un concepto de lo más moderno; incluso posmoderno.

Hace cosa ya de 25 o 30 años, LA NUEVA ESPAÑA nos presentaba a Juan Cueto, en unas entrevistas veraniegas profusamente ilustradas (la hemeroteca no me dejará mentir), como uno de los intelectuales más representativos de la cultura posmoderna. Será que el orden de factores no altera el producto. O será que la modernidad circula como los trenes hacia Asturias, que salen de León con marcha atrás. Cueto aduce como prueba irrefutable del conservadurismo de Vallaure su afán permanente por el Prerrománico. ¿Pero no se contradice cuando acto seguido añade como si el patrimonio estuviera en contra de la innovación y de la modernidad?

Pues eso, que empiecen por desbrozar los tejados del Prerrománico de la silvicultura arecista y que la modernidad y la posmodernidad, o lo que toque, lleguen cuando toque. Son, en todo caso, productos muchísimo más caros que la conservación del patrimonio, sin que sea seguro que generen más puestos de trabajo, y es más que probable que sean más perecederos que el Prerrománico. Los años también pasan para la modernidad, que, como la mayoría de los mortales, termina acumulando kilos y arrugas. Es por eso que me extraña ese sesgo sorprendente, dice Cueto. Es por eso que. Cuando se habla así, ¿no está dando la modernidad signos de fatiga?

P.S. Por supuesto, escribo tan de dentro de los círculos foristas que no conozco ni a los concejales de mi pueblo.

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