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El circo electoral

7 de Noviembre del 2011 - María Juana Asunción García Pérez (Oviedo)

Estamos en plena campaña electoral y, por tal motivo, todos los medios de comunicación dedican amplios espacios a los mítines, declaraciones y todo tipo de actos protagonizados por aquellos que quieren hacerse un hueco en el Congreso o el Senado, si bien con distintos objetivos y aspiraciones. En unos pocos casos, los candidatos elegidos tendrán puestos relevantes desde los que regirán los destinos de nuestra nación, otros quedaran destinados a ejercer la oposición desde uno u otro grupo parlamentario, y los más, la gran mayoría, quedarán relegados a actuar de simples comparsas; miembros de número cuya única misión será la de apretar el botón que se les mande en el momento que se les ordene. Lo común es que todos, desde el primero al último, el que se lo tendrá que trabajar y el que no dará golpe, habrán asegurado, al menos durante cuatro años, unos sustanciosos ingresos y muchos y variados privilegios, vedados al resto de los ciudadanos. Por esta razón, no es extraño que se despojen de cualquier prejuicio y recurran o todo tipo artes con el fin de arrimar el ascua del voto a su particular sardina. La ocasión lo requiere.

Dentro de toda la dinámica que conlleva la campaña electoral, que no es poca, lo más atractivo son los espacios destinados a resumir los actos protagonizados por las distintas formaciones políticas que nos ofrecen los medios de comunicación audiovisuales. Para cualquier espectador imparcial, no condicionado por intereses partidistas, ni dependiente del maná que caiga de algún particular cielo, el contemplar el espectáculo que ofrecen los líderes, adjuntos y allegados de las distintos partidos en liza, especialmente los de los que aspiran a ocupar el Palacio de la Moncloa, es digno de cualquier programa de entretenimiento protagonizado por cualquiera de los más cualificados humoristas que pululan por nuestros platós de televisión.

Ver a un Felipe González actuar como si se tratara de Rockefeller movido por las manos de J.L. Moreno, sustituido en este caso por A.P. Rubalcaba, intentando convencer, con variopintas e insospechadas gracietas, de lo que él mismo no está convencido, utilizando de forma tergiversada la baza del terrorismo, que tanto denostó a quienes en algún momento intentaron utilizarla, y dando clases de justicia social, dentro de un partido que se reivindica como obrero, cuando le diseñan residencias de lujo y debe de estar a punto de entrar en la lista Forbes, no deja de ser gracioso, cuanto menos. Otro tanto, o parecido, se podría decir del incombustible A. Guerra, a quien sacan del baúl en todas con convocatorias electorales para hacer lo que mejor se le da, y que forma parte de sus más destacados y relevantes méritos: contar chistes y decir exabruptos, no es algo que se pueda contemplar a diario. Tampoco tiene desperdicio ver al inefable Rajoy, conduciéndose como dueño y señor de la situación, dominando la escena, convencido de que su política basada en el conocido proverbio árabe de sentarse a la puerta de su casa para ver pasar el cadáver de su enemigo le será más que suficiente para alcanzar su objetivo, sabiendo que los deméritos de los demás pondrán el resto, es, igualmente en sí, todo un espectáculo. Si a todo esto le unimos lo de otros muchos personajes, recuperados del jurásico y más propios de ocupar un lugar en el MUJA de Colunga, que igualmente se afanan en conseguir un puesto, de los de tocar el botón, claro, para garantizar la continuidad de sus ingresos vía al Erário Público, tratando de dar recetas que no supieron, o no quisieron, aplicar durante largos años en los que tuvieron responsabilidades de gobierno, completamos todas las pistas del circo que recorrerá nuestros pueblos y ciudades hasta el próximo día 18 de noviembre.

De momento aprovechemos todo lo que tiene de gracioso y curioso este proceso electoral y, a partir del próximo día 21, atengámonos a lo que se nos puede venir encima. De todas formas, como reza un popular refrán: que nos quiten lo bailado. Tiempo tendremos para las preocupaciones y, en todo caso, siempre será mejor reír antes de llorar.

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