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Caperucita y el lobo

10 de Noviembre del 2011 - Juan Carlos Rodríguez Castedo (Oviedo)

Es algo bien conocido que en los últimos años se ha producido una brecha entre los ciudadanos y la clase política que nos representa, señalada especialmente en lo que a su compromiso y credibilidad se refiere. Esta situación se agrava más aún durante los períodos electorales, cuando algunos partidos políticos, en su afán de contarnos historias, terminan efectivamente por convertirse en auténticos cuentacuentos.

Esta costumbre, asimilada ya como algo natural, supone uno de los mayores peligros para nuestra democracia, en tanto que este desprestigio arrastra consigo la percepción que los ciudadanos tienen de las mismas instituciones y, con ellas, del mismo sistema político que sobre ellas se sustenta. Y es precisamente en momentos de crisis cuando los que practican el populismo y la demagogia encuentran el caldo de cultivo ideal para campar a sus anchas. Ésta es la hora de los cuentacuentos.

La principal arma de este manipulador de masas o cuentacuentos es la del discurso emocional, dialéctico, simplificador y reduccionista, ese pensamiento Alicia que promueve la pereza mental, promovida por una educación parcial e interesada disfrazada convenientemente de civismo, modernidad y buenismo.

En el caso de esta España nuestra es especialmente digno de estudio el caso del cuentacuentos patrio, en tanto, autocomplacido en el éxito de su relato, no se ha molestado en modificarlo en lustros. Si en vez de leer tanto cuento, aquéllos de los que hablamos hubieran leído algo de mitología griega, no habrían cometido el mismo error que Cronos, que, por querer devorar a su hijo Zeus, acabó siendo derrocado por éste mismo. Al final cualquier niño se cansa de oír siempre el mismo cuento, pero, ¿qué es lo que está sucediendo en España?

Nuestros cuentacuentos, manipuladores e irresponsables, llevan años haciendo precisamente eso, artífices de un idealismo trasnochado en el que Papá Partido nos contaba todos los días el cuento de Alicia y, en época electoral, alguno en que apareciera un lobo con los dientes bien afilados.

Porque en los cuentos electorales siempre hay un lobo con malas intenciones dispuesto a devorar a los niños que no obedecen a Papá Partido.

Cuentan los testigos directos del cara a cara del lunes que, ya fuera de cámaras y micros, Rajoy solicitó a Rubalcaba que dejara de tratar a los españoles como a niños. No conocemos la respuesta del interpelado, pero el regreso a la primera línea de fuego de los padres de la cosa no nos invita precisamente a ser optimistas. Una vez más, volvemos a oír una y otra vez que viene el lobo.

Sin embargo, por muchas veces que nos lo hayan contado, debemos profundizar en el cuento. Y es que es natural que el lobo se disfrace de abuelita, es un cuento bien conocido. Sin embargo, lo que no es normal es que Caperucita tardara tantos años en darse cuenta de las grandes orejas y afilados dientes que escondía el verdadero lobo bajo el disfraz de abuelita.

Llevamos mucho tiempo escuchando el mismo cuento. Va siendo hora de que nos demos cuenta de que nuestra abuelita se llama España, de que el lobo que la devoró es socialista y de que cada español somos para este lobo una Caperucita.

España necesita más que cuentos, España merece más que cuentacuentos. Es hora de desenmascarar al lobo. Es la hora del cambio. Después, quizás, en vez de conejo, quizás comamos perdices.

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