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Prestidigitadores de la palabra

11 de Noviembre del 2011 - Francisco Manuel Domínguez Menéndez (Avilés)

Sucede, no pocas veces, que el conocimiento viene envuelto o disfrazado por la acción de la apariencia, ejemplo de ello son los trucos de prestidigitación, donde el evocador envuelve con distracciones al ingenuo haciéndole partícipe, sin éste advertirlo, de la trama conducente al desenlace falsamente mágico. En la irrealidad metafísica creada por el ilusionista, el grado de creatividad artística viene definido por la sutileza del enredo. En definitiva: palabra, tecnología, técnica, superstición y sicología son términos y conceptos moldeados por el farsante para establecer el engaño, bajo el loable objetivo de entretener y embelesar.

Con las palabras, ocurre que el artificio simulador está oculto entre redes neuronales biológicas de muy difícil acceso, tanto que, la finalidad del mensaje puede contradecir la afirmación de éste. Incluso el propio autor del discurso puede llegar a perderse en su laberinto, si bien el conocimiento sicológico del auditorio y el terreno afín del medio de difusión, le dan la fuerza y serenidad suficientes como para recuperar el sitio y permitirle jugar con la superchería al servicio de la superstición.

Superstición, según la cual, es el propio mercado, al margen de la intervención pública, quien soluciona todos los males económicos de este paraíso natural llamado mundo. Dicho de otra forma: el mercado de las palabras al servicio del mercader y los demás, que somos la mayoría, cada vez menos silenciosa, obligados a creer y adorar a ese dios menor, aunque en el laberinto de esta fe se muevan cinco millones de parados, de los cuales millón y medio no tienen sustento económico que llevar a sus hogares.

La magia interpretativa de los conceptos: déficit por cuenta corriente, posición neta de inversión internacional, cuota de mercado exportador, costes laborales unitarios nominales, tipos de cambio efectivos, deuda privada, flujo de crédito al sector privado, precios de la vivienda y deuda pública, no están al alcance de cualquier mortal. Mucho menos si hacemos verdadera esa definición que describe a los teóricamente especialistas, como personas cuyo trabajo consiste en explicarte mañana porqué no ha ocurrido hoy lo que predijeron ayer. Sólo los autores, actores y directores que mueven los hilos de esta tragedia económica internacional tienen la última palabra. De ellos depende una solución que a los estados les sobrepasa, aunque Europa pretenda imponer el humo coercitivo de estos indicadores.

Mentira, obviedad y ocultación vendidas bajo la teatralidad del gesto, son el resorte mágico que utilizan unos y otros defensores de la verdad suprema del Estado capitalista democrático. Estado que no piensan modificar en profundidad, sólo hasta donde no molesten a los poderes fácticos y los cambios permitan que todo siga igual. En las campañas electorales todos y cada uno de los líderes políticos se interesan por los desheredados y una vez pasada la temporada de saldos, los prestidigitadores de la palabra se ocultan tras el rigor de los mercados y la voz autoritaria, no sé si autorizada, de Angela Merkel. Pero, ¿alguien sabe en qué planeta habitan los mercados? Porque no pueden estar tan deshumanizados como para no dejar vivir a sus semejantes.

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