Vuelven los jamones
Aquella forma tan castiza de cohecho impropio. Un jamón para aprobar francés, un jamón para el enchufe en la mili, un jamón para el permiso del ayuntamiento. Conocí a un señor que, cuando fue a sacar el carné de conducir para motos, en Gijón, atropelló al ingeniero de la prueba; pero vino con el carné. El motorista tenía un almacén de jamones de Tineo, que esos sí que son de pata negra (que unos llevan la fama y otros aportan el agua).
Las crisis tienen estas cosas, que nos vuelve a crecer el pelo de la dehesa y los castizos jamones vuelven como una forma de cohecho amable y casi chic; muy en onda con las nuevas tendencias político-gastronómicas bocato di cardinale. Luego todo lo trafullan y dicen peccato di cardinale y bocata minuta; pero hasta tergiversando aciertan porque hay bocata que debieran ser peccato por su precio prohibitivo. A no ser que seas ministro, que entonces te lo ponen en la boca gratis et amore. Un jamón de Jabugo o el cohecho propiamente posmoderno. Todo se andará, y a marchas forzadas si hace falta, pero antes de alcanzar la meta del jamón, hemos de superar la etapa del chorizo.
En ello estamos. A José Blanco, el ministro hiperactivo de Fomento, que solo para en las gasolineras para repostar, le han interceptado en la red, en una operación aleatoria, un alijo de chorizos que, al venir atravesados, se quedaron atrapados en las mallas. Unos chorizos muy viajados, cuyo primer destino era la barbacoa de Villapesoe de Arosa (una residencial muy exclusiva, estilo Secesión vienesa; tan exclusiva que la tuvieron que construir la margen de la ley). Pero a los chorizos los pillaron camino de Jaén, de donde, ya recobrados la quietud y el seso, volvía Pepiño en tren expreso. Para demostrar su inocencia, los abogados le recomiendan al ministro que le pida prestado un traje a Camps (que tiene tres).
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