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La democracia, en peligro

15 de Noviembre del 2011 - J. Jesús J. Suárez González (Gijón)

A caballo de la crisis económica han vuelto a Europa viejas costumbres y modos de gobernar que creíamos desterrados. Tras la Segunda Guerra Mundial no solo se acometió un proyecto de desarrollo industrial ambicioso que proporcionó tasas de crecimiento que permitieron el establecimiento del Estado del bienestar, también se recuperó, en países como Alemania, Francia, Italia, Suecia, etcétera, la democracia, que durante años estuvo encerrada en el congelador. El nazismo y el fascismo pasaron a ser fantasmas del pasado y el Viejo Continente asentó grandes espacios de libertades para sus ciudadanos. Hubo altibajos, como la pretensión del general De Gaulle de pasar por encima de los deseos de los franceses, o el asesinato en Italia de Aldo Moro, para impedir que el Compromiso Histórico, un acuerdo entre la Democracia Cristiana y el PCI para estabilizar el Gobierno de la República, pudiera fraguar. La democracia se vivía en las instituciones y en los medios de comunicación, pero, sobre todo, en la calle y en las fábricas, estaba asentada sobre la voluntad de no volver a cometer los errores que tanta sangre habían costado y sobre una conciencia colectiva con principios éticos enraizados. Solo así se puede entender que, en un entorno de bonanza económica, se produjeran sucesos como los de Mayo del 68. El Tratado de Roma y la creación de la Unión Europea acabaron con los enfrentamientos fratricidas y también fueron decisivos para que países como España tuvieran que pasar por el aro democrático. Pero, en los últimos tres años han ocurrido cosas para las que no estábamos preparados, la crisis económica ha puesto patas arriba un modelo que tenía agujeros que no quisimos ver y, lo peor, quiere llevarse por delante el régimen de libertades que nos habíamos dado a su lomo y, aprovechando la coyuntura, nos quieren reducir la democracia a la mínima expresión.

Federico Engels, en su libro «El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado», ya expuso de forma científica la supeditación del orden social a la actividad económica, principio que opera incluso en tribus primitivas, según las investigaciones tomadas del antropólogo norteamericano Lewis H. Morgan; pero bastante antes Carlos Marx, en su obra maestra, «El capital», ya había establecido las bases para poder entender hasta qué punto el poder económico es consustancial al control político. Parece increíble que hace 150 años alguien ya nos hablara del acoso de los mercados, del fin de los estados, de los oligopolios y del ocaso de la democracia. Pues, hoy, en esas estamos.

Asistimos a la destrucción de lo que tanto trabajo costó construir en Europa. Tenemos un mercado común y hay una moneda única, pero no hay una política compartida, ni unas instituciones europeas verdaderamente democráticas, ni una Constitución europea, ni un liderazgo europeo asentado en la libre decisión de los ciudadanos. Se han hecho una Comisión Europea y un Parlamento que no sirven para nada, porque son los mandatarios de Francia y Alemania los que deciden por nosotros. Se vetan los referéndum y se dice a los gobiernos, bajo amenazas, lo que deben hacer. El dinero y los que lo manejan son los que mueven las marionetas, que ya osan poner en peligro no solo la supervivencia de los estados, sino también, otra vez, la democracia en nuestra Europa.

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