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Redondeando y proponiendo

18 de Noviembre del 2011 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

En función de lo que veo por aquí, censo de votantes y porcentajes que las encuestas adjudican a unos y otros, parece ser que de, más o menos, los treinta millones de electores que hay en España, nueve millones votarán por el PSOE. Y yo, como siempre que algo me resulta chocante, y esto, para mí, lo es en grado sumo, me pregunto ¿por qué ¡nueve millones! aunados en semejante despropósito?

Por supuesto no hay una única respuesta, porque son distintas las motivaciones que mueven a según quien.

Están los 360.000 afiliados al partido, que no es mucho.

Están, ¿cuántos serán?, los que piensan sacar tajada.

Están los que son clavados a un pariente que visité días atrás. Se trata de un pobre hombre, prácticamente analfabeto, al que hace unos cuantos años dediqué, y a su mujer, que por aquel entonces aún vivía, toda una tarde para explicarle el funcionamiento de la vitrocerámica básica que le habían instalado. Como no me pareció que mis esfuerzos dieran muchos frutos, al final opté por repetir hasta la saciedad, con demostraciones incluidas, acercándoles la mano bien sujeta para que no la posaran, que el puntito rojo que permanecía encendido después de apagar los fuegos indicaba cuál o cuáles de ellos estaban calientes: ¡No se os ocurra poner ahí la mano mientras no se apague el puntito! Me daba por satisfecho con que no se quemaran.

Me abrió la puerta de su casa una mujer que le asiste. A él me lo encontré tirado en un sillón, muy depauperado. Le cuesta un gran esfuerzo llevar el culo hacia atrás cuando se va escurriendo en el asiento. Está cerca de los noventa y claramente con su última enfermedad. Parece con la fuerza justa para balbucir un mínimo de palabras que no hagan permanente su silencio. Me dice que peor van a estar los que le sobrevivan porque esos de derechas del próximo Gobierno dejarán sin pensiones a los jubilados. Cuando le contesto que difícilmente nos podrán fastidiar más de lo que nos fastidió Zapatero me da un susto del carajo: pegó un salto que ni Carl Lewis en sus mejores tiempos, para poner su cara a pocos centímetros de la mía y sus manos cual garras ansiosas por atenazar mi cuello: ¡¿Cómo tienes la poca vergüenza de decir eso?! Me apresuré a decirle que seguramente yo estaba equivocado. De este tipo de votantes todavía queda una cantidad significativa.

Están, de estos ni te digo, los que consideran que los del PP son puro fascistas que quieren matar de hambre, más aún, a la clase obrera y recortar las libertades democráticas, porque consideran que libertad quiere decir hacer lo que a uno le dé la gana, y eso de insultar a quien les plazca, armar algarabías, quemar contenedores, destrozar farolas y mobiliario urbano, atacar a las fuerzas de seguridad y dar por hecho que el fin justifica todos los medios, siendo que para ellos el fin y los medios son la misma cosa, les mola un montón.

Y están los que piensan que los principios que preconiza determinada doctrina son los que aplicarán en su gobierno los que se cobijan bajo este estandarte, sin darse cuenta que las ideas sólo son palabras en el aire o tinta sobre un papel, y que tanto el aire como el papel son elementos inertes que no deciden la vida de un país, que quienes la deciden son individuos a quienes ellos, con su voto, facultan para hacerlo y que, la mayoría de las veces por no decir todas, el aire es el vehículo que utilizan para hacer llegar a los oídos del pueblo las falsas promesas con que conquistar su voto; y el papelya todos deberíamos saber lo que hacen con él.

Total, que el sistema está mal, o con más propiedad: no es que esté mal, es que es malo, no sirve. Pero ya que estamos sometidos a él y no hay cataplines para abolirlo, habría que pulirlo. ¡Hay que discriminar! Claro que hay que discriminar. ¿Verdad que hay mucha gente con pocas luces? Pues eso, no puede ser que determinado número de tupidos tenga una influencia notable en la vida de todos los ciudadanos.

Una buena idea al respecto sería marcar un umbral mínimo de coherencia y claridad mental que marcara el derecho al voto. Sería muy fácil y nada oneroso, por ejemplo, establecer tres preguntas al alcance de la mente más simple para hacérselas al presunto votante antes de depositar el voto, en esta oportunidad del tipo de: ¿Ha sido un buen Gobierno el de Zapatero? ¿Ha sido ETA derrotada? ¿Existe una justicia aceptable en España? Con que respondiera afirmativamente a una cualquiera de ellas, listo, no está mínimamente capacitado para votar, no puede hacerlo.

Con algo tan elemental ya puliríamos un tanto el sistema electoral.

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