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Año de gracia de 2006

23 de Noviembre del 2011 - Paco Domínguez (Avilés)

Corría el año de gracia de 2006 cuando el PP avilesino, dirigido por la sabia mano y elevado corazón del elocuente don Joaquín, en el mayor gesto democrático que los anales de la villa recuerdan, decide ordenar el desorden urbanístico al que, por entonces concejal de Licencias, Fernando Díaz Rañón, y los partidos políticos que le daban amparo, tenían sometida y subyugada nuestra ciudad.

El insigne hijo de la cuna del Adelantado, sublime ejemplo de patriotismo y desinterés partidista, arranca desde los medios con la explosiva noticia que hizo temblar los cimientos de las arcadas que ayudan a sustentar y realzar la arquitectura barroca del noble y postherreriano edificio del Consistorio. Al fin se iba a hacer justicia.

A Joaquín Aréstegui no le tembló la mano, no le hicieron falta capas escarlata ni poderes de ultramundo para denunciar la más que posible prevaricación del siniestro concejal. En un acto de responsabilidad política y ciudadana sin precedente, se persona, junto a las estrellas de su galaxia, más un agujero negro, en el Juzgado de Instrucción Número 1 de Avilés. Qué injusto fallo, nunca mejor dicho, que el de la Justicia civil asturiana al desestimar el arrojo y valentía del elegido.

Elegido, para conducir nuestra villa, desde el eterno y pesado timón de la oposición, hacia costas de prosperidad, libertad y justicia urbanística jamás soñadas por ningún imperio que la Historia reconoce como tal. Antes de continuar, he de decir que estoy haciendo un esfuerzo ímprobo, reprimiendo la exaltación patriótica que embarga todo mi ser, para no exclamar tres ¡hurra! por la gesta que el año de autos hizo estremecer los cimientos del mundo democrático. A buenas horas la brigada de Marcognet hubiera derrotado a los vecinos de Valliniello si aquellos aguerridos estuvieran dirigidos por el genio estratega y recto entender de don Joaquín Aréstegui.

Todavía no repuesto del terrible varapalo, cuyas consecuencias harían desistir en el empeño al más arrojado de los mortales, este primer traspié no arredra al justiciero. Todo lo contrario. De nuevo se levanta para seguir arrastrando la cruz de la incomprensión. El revés, renueva con más fuerza si cabe ese instinto caballeresco que sólo a los precursores del hidalgo Alonso Quijano les concede la narrativa universal. Don Joaquín, este nuevo Amadís de Gaula del siglo XXI, luchando contra los molinos de viento de la indiferencia fiscal, recurre a la vía penal. Al fin, el esforzado, valeroso y abnegado político, epicentro de las virtudes cardinales infusas, ve justa recompensa. La fiscalía de Medioambiente investigará al malvado Milisforo, a la sazón responsable de Licencias Urbanísticas en el egregio edificio de El Parche.

Joaquín Aréstegui y su corte se vienen arriba, quieren ver teñida de sangre la arena del foro. Comienzan las peticiones de destitución fulminante y las acusaciones contra el entonces Alcalde de la ciudad, Santiago Rodríguez Vega, por mantener vivo en el cargo a semejante prevaricador y conspirador contra el Plan General de Ordenación Urbana y nuestro Patrimonio Histórico Artístico. En este clímax de arrebato, don Joaquín alcanza la Gloria del tercer día. Como el ave Fénix, renace de sus propias cenizas.

Fue entonces, bajo el silencio de la noche, solo alterado por la rítmica monotonía de las rotativas de prensa, cuando la estrategia del odio impresa a toda plana, abre sus fauces vengativas para devorar al incombustible e impertérrito caballero. Aparece en escena un tipo que osa poner en solfa los nunca bien ponderados intereses patrios del esclarecido. La noticia eclipsa la claridad del día y las tinieblas del infierno despiertan las iras de don Joaquín. Más tarde, aún no digerida la afrenta, se persona en el medio junto a sus incondicionales, más uno, para reclamar venganza. Del infeliz nunca más se supo. Algunos, dicen que le vieron desde el bateau-mouche ejercer de clochard bajo los puentes del Sena.

El caso es que, ese ciudadano, al que su excelencia no conocía de nada, ni falta que le hace para ejercer el derecho a la crítica, tenía razón y razones para denunciar la mala praxis política del señor Aréstegui. A día de hoy, cinco años más tarde, se sigue viendo por la calle a Fernando Díaz Rañón, a quien apartó de la política activa la democracia interna de su partido y no la sentencia condenatoria de ningún tribunal de justicia. La segunda denuncia tampoco prosperó. Una vez más, y no será la última, Joaquín Aréstegui y su séquito vieron gigantes donde sólo había molinos de viento. O, lo que es lo mismo, vieron trato de favor a un promotor de viviendas, donde sólo había justicia urbanística, observancia de la ley y protección del dinero público. Este estratega de la confusión, nunca pidió perdón por tan sonora metedura de pata. Así de simple es el personaje.

La moraleja que estos hechos concluye, es que para tener alguna certeza de que dos casos urbanísticos situados en distintas poblaciones son idénticos y merecen ser medidos con la misma balanza de la Justicia, hay que estudiar Derecho y ejercerlo profesionalmente, no es suficiente con hacer Historia para que el título adorne la pared del despacho y dé algún merecimiento al currículo político. Aunque, también nos queda, para los no letrados, el recurso de acudir a despachos profesionales pagándolos de nuestros propios haberes. Después de la evidencia en que su arrojo le situó, si aún le sobra una pizca de dignidad, aprovéchela para abandonar el mundo de la política.

Las buenas estrategias, don Joaquín, son aquellas que culminan con el éxito de la razón no con la verborrea prepotente y frívola. Al final, señor Aréstegui, es el tiempo de la justicia quien da y quita razones.

Uno, desde su insignificancia social, quisiera solicitar que el texto se publique íntegro en la edición de Avilés, es decir, recibir el mismo trato que en su día le dieron al afamado político y del que yo aún no gocé después de cinco años, pero tengo para mí que eso es tan irrealizable como haberle pedido al ave dodo levantar el vuelo.

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