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Los principios éticos

22 de Noviembre del 2011 - J. González Conzález (Navia)

LA NUEVA ESPAÑA del 4 de los corrientes publica un artículo cuyo titular es: «El uso de la píldora del día siguiente subió un 165% y se dispara la sífilis». En el desarrollo de la noticia se aclara que han crecido exponencialmente la gonococia y la sífilis, e informa de que se diagnostican cada año 2.000 casos de cáncer de cuello uterino.

Todas estas calamidades y alguna más sobre la que se pasa de puntillas son la consecuencia, natural y directa, del desmadre, consentido, promovido y hasta subvencionado desde campañas que «confundieron» bienestar con permisividad.

El panorama, en este aspecto, nos retrotrae a pasados siglos. Cuando hace años algunas de estas enfermedades se consideraban prácticamente erradicadas, rebrotan como nueva fuerza y una aportación más, entonces desconocida: el sida. El lema para conseguir la felicidad era: «Libertad, progreso y paz»; lo conseguido fue: «Libertinaje, retroceso y violencia». Hoy para darse cuenta de esta verdad no hace falta «Ir a Salamanca», basta con no cerrar los ojos.

El amor es sentimiento divino cuyas características define admirablemente San Pablo en su Carta a los Corintios. Actualmente se trivializó y devaluó reduciéndolo al coito, que a su vez ha pasado de ser un acto de enorme responsabilidad a mera «diversión placentera». Ortega lo analiza extensamente principalmente en «Estudios sobre el amor»: Amar es desear lo mejor para el ser amado... Es frecuente confundirlo con sus consecuencias... El deseo nace de él, pero no es el amor... El deseo muere automáticamente cuando se logra, no así el amor... El amor no excluye el contacto carnal, pero tampoco lo exige. Hace relativamente poco tiempo un estudiante de segundo de Derecho presumía de donjuán y afirmaba que si alguna chica quedaba embarazada, él no se haría responsable de nada, porque no se consideraba suficientemente capacitado para cumplir con las obligaciones familiares. Yo creo que hoy, Sor Juana Inés de la Cruz escribiría: «Hombres necios que abusáis de la mujer sin razón».

Cuando estamos asistiendo, por una parte, a extraordinarias operaciones quirúrgicas: trasplantes, reconstrucciones faciales, etcétera, sin embargo, por otra, a nuestra juventud –hasta niñas de 14 años– se la está destruyendo con pastillas que, parece ser, tienen contraindicaciones, y con intervenciones defendidas y recomendadas por algunos, como las de «interrupción del embarazo».

«Algo está fallando, no hemos sabido trasmitir la información precisa». Me viene a la mente la tristemente famosa Talidomida», que, por evitar las molestias del embarazo, sembró numerosos inválidos en varios países de Europa, ente ellos España.

En una nación donde el índice de nacimientos está cayendo de forma alarmante, crece, en progresión geométrica, el número de abortos provocados. Esto, sin entrar en análisis de orden moral, es un contrasentido bajo el punto de vista demográfico, al que hay que sumar la gravedad de que la «píldora» no inmuniza, ni de las enfermedades que se citan ni mucho menos contra el sida, de la que solamente se dice: «Ahora parece que es controlable».

Sin embargo, don José Alcamí, microbiólogo, en los cursos de La Granda, según un artículo de LA NUEVA ESPAÑA, refiriéndose a la historia de investigación del sida, dice que es la historia de los fracasos. Se ha prometido durante muchos años una vacuna que está por llegar, si bien ahora estima que la investigación está en el camino correcto, pero aún siguen contaminándose unas 3.500 personas por año. Y añade: «El sida rebrota porque se le ha perdido el miedo».

Y se le ha perdido el miedo porque se informa mal y se silencian datos, cuando no se tergiversan. La noticia más favorable es la de que se ha logrado convertir en «enfermedad crónica». Poco o nada se dice sobre duración y calidad de vida de los afectados, etcétera. Tengo la seguridad de que si de esta enfermedad se publicitaran suficientemente estos datos, se reduciría considerablemente. «El miedo guarda, también, la viña». No obstante, creo que su desaparición, aun cuando hallaran una vacuna, pasa por un retorno al cumplimiento de las exigencias de la naturaleza, que no dejan de ser principios éticos.

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